«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.
Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.

Revisitar el concepto de partidos

8 de junio de 2022

Quienes nos sentimos completamente alejados del concepto universalmente aceptado de partido tal y como lo formuló Lenin, que los entendía como una estructura autocrática, los hemos aceptado como la única forma factible en democracia para vehicular los diferentes intereses ideológicos. Los partidos son una idea del parlamentarismo inglés, entre tories y whigs, calafateada en la Asamblea de la Revolución francesa. Bien está si sirven para ordenar el debate público, pensábamos. Pero el modelo es anacrónico, como la mendaz división entre derechas e izquierdas, equivalente a malos o buenos, según se mire.

No es posible seguir sustentando ese lecho de Procusto que supone la adhesión a un partido de forma total en un mundo tan complejo como el nuestro, con tantos vectores que se entrecruzan, huyendo de las líneas paralelas que la actual partitocracia nos quiere vender como reales y vigentes. El ciudadano, al que se trata de despistar fragmentando el problema de la libertad en pequeñas parcelas para así poder mejor engañarle, quiere elegir sin corsés ideológicos, sin secretarios de organización que pergeñan listas con personajes que están ahí más por la adulación al líder que por méritos propios. Digámoslo de una vez: la antítesis de la sociedad en la que la meritocracia sea el paradigma imperante es un partido político tal y como hasta ahora se ha concebido.

Se trata de estrecharse la mano con el votante, comprometiéndote a hacer lo que le estás diciendo que harás y defender sus intereses

Es evidente que modificar la estructura de dichas organizaciones requerirá de muchos otros cambios estructurales. El primero, restar poder a los aparatos internos y otorgar una total independencia de acción y criterio a los representantes públicos del partido. Bien sé que hay condicionantes que imponen la coherencia interna y no me opongo a ellos en aras de una mínima solidez ideológica, pero cualquier persona liberal entiende que el diputado puede y debe ejercer su labor sin temor a ser reprendido por el correspondiente burócrata del partido. En este sentido, recomiendo vivamente el libro de mi querida Cayetana Álvarez de Toledo “Políticamente indeseable” en el que describe en primerísima persona su concepción de lo expuesto y el coste que le supuso.

En segundo lugar, last but not least, se hace imprescindible una nueva ley electoral en la que se prime el rol de diputado por circunscripción que se haga responsable ante sus electores sin escudarse en parapetos o escudos partidistas. Winston Churchill, al que siempre hay que volver cuando se habla de política, defendía ese sistema por considerarlo el que más y mejor acercaba al político a la realidad. Era, decía, un contrato firmado entre quien te elegía y tú mismo, partidos al margen. Porque, al fin y a la postre, de eso se trata, de estrecharse la mano con el votante, comprometiéndote a hacer lo que le estás diciendo que harás y defender sus intereses, le guste más o le guste menos a tu jefe de fila.

Esto se me antoja más razonable que el partido piramidal. Aunque, visto lo visto, sea imposible.

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