Estamos en 1494. Todo ha sucedido muy deprisa. Hace apenas dos aƱos que Cristóbal Colón ha descubierto un nuevo mundo al servicio de los Reyes Católicos. Este navegante de orĆgenes oscuros se habĆa ofrecido antes al rey de Portugal, pero finalmente se hizo a la mar bajo las banderas de Castilla. Su viaje ha sido un Ć©xito. Desde Lisboa, desconfĆan de las ambiciones de estos castellanos que, apenas un siglo antes, habĆan sufrido una derrota decisiva ante las tropas del rey Juan I de Portugal en Aljubarrota. Poco mĆ”s de cien aƱos han tardado en recuperarse esta gente que lleva haciendo la guerra desde siempre. A fuerza de pactos, acuerdos, concordias, cortes, leyes y matrimonios, aragoneses y castellanos han fundado una potencia marĆtima, militar y diplomĆ”tica que amenaza la pujanza portuguesa en el AtlĆ”ntico.
Los Reyes Navegantes llevan cerca de cien aƱos construyendo un imperio. Afianzada la frontera con la vecina Castilla, los reyes de Portugal miran al mar como el territorio natural de la expansión de su reino. El ocĆ©ano puede ser una barrera, pero tambiĆ©n un puente. Juan I (1385-1433), vencedor de Castilla, sienta las bases el imperio. En 1415 conquista Ceuta -ahĆ luce su estatua en el paseo marĆtimo de la esta ciudad espaƱola- e impulsa a su hijo Enrique (1394-1460) a mirar mĆ”s allĆ” del horizonte.
Al prĆncipe lo llamarĆ”n despuĆ©s āEl Naveganteā. Es hijo, hermano y tĆo de reyes. Con Ć©l comienza el tiempo de los descubrimientos. Portugal construye barcos capaces de superar la navegación de cabotaje y aventurarse aguas adentro. La historiografĆa romĆ”ntica cuenta que Enrique fundó en Sagres una escuela de nĆ”utica frecuentada por marinos, astrónomos y cartógrafos y a la que eran bienvenidos judĆos, musulmanes y cristianos que buscasen el conocimiento y la ciencia. Algunos dicen hoy que nunca existió o que apenas hubo un refugio para barcos. Sea como fuere, las navegaciones portuguesas estĆ”n ahĆ. Enrique el Navegante vive con el rostro vuelto hacia Ćfrica. En el Algarve, se construyen navĆos. Como si fuese una nueva Venecia, los almirantes de Portugal zarpan hacia territorios cada vez mĆ”s lejanos. En 1425 llegan a Madeira. En 1426, a las Azores. Gil Eanes bordeja el cabo Bojador en 1434. Buscan nuevas rutas comerciales. Quieren llegar a la India, a Cipango, a Catay, a la tierra del Preste Juan. Las navegaciones brindan a los jóvenes la oportunidad de labrarse un futuro como marinos al servicio del rey. Cuando los portugueses comienzan a fabricar carabelas, los descubrimientos se harĆ”n imparables. Ahora pueden sortear las corrientes mĆ”s profundas y aprovechar mejor los vientos. En 1444, Dinis Dias dobla el Cabo Verde y alcanza Guinea. En 1460, estos portugueses han llegado al archipiĆ©lago de Cabo Verde y Sierra Leona.
Castilla quiere competir. Aragón es poderoso en el MediterrĆ”neo y compite con Venecia y GĆ©nova. Ahora bien, el AtlĆ”ntico es otra cosa. Los marinos vascos se embarcan en las naves de Castilla. Dominan las rutas hacia Inglaterra, Flandes y el BĆ”ltico, pero no pueden competir con Portugal. Las flotas de Lisboa parecen imparables. AdemĆ”s, aĆŗn se libran guerras contra los nazarĆes de Granada, que anhelan la llegada de nuevas oleadas de ejĆ©rcitos islĆ”micos desde la vecina Ćfrica. Los Reyes Católicos quieren darles el golpe de gracia aprovechando sus luchas intestinas. Mientras estĆ”n librando la Ćŗltima guerra de Granada, Colón emprende su viaje. Sus hombres son una muestra abigarrada y deslumbrante de la diversidad de EspaƱa. Juan de la Cosa, propietario de la Santa MarĆa, es de SantoƱa. El notario que va con ellos es Rodrigo de Escobedo, segoviano, Han enrolado a dos toneleros y un contramaestre ālo llaman Chachu- de Lequeitio. Juan Martines de Aboque es vasco de Deva. Con ellos va un judĆo converso: Luis de Torres, que nació como Joseph Ben Halevi Haivri y sabe hebreo y Ć”rabe. Las tripulaciones de laĀ Pinta y La NiƱa cuentan con andaluces, vascos, un portuguĆ©s de Tavira e italianos de GĆ©nova y Calabria. La travesĆa es un calvario. A Colón estĆ”n a punto de matarlo cuando Rodrigo de Triana avista tierra. Ellos no lo saben, pero EspaƱa acaba de cambiar la historia universal. A Portugal le ha nacido un rival de su tamaƱo.
AsĆ hemos llegado a este 7 de junio de 1494 en Tordesillas. Los dos reinos peninsulares han pedido la intervención del Papa. EstĆ”n aquĆ para firmar un documento que dividirĆ” el mundo entre portugueses y espaƱoles. La pena por infringirlo es la excomunión. Ustedes deben imaginar las dos comitivas de diplomĆ”ticos y expertos que vienen a formalizar un acuerdo internacional para sus reyes. El rey de Portugal tiene espĆas desplegados entre los espaƱoles y, gracias a un velocĆsimo sistema de correos a caballo, se ha ido anticipando a los espaƱoles durante las negociaciones. Me resulta difĆcil imaginar que Ć©stos no hiciesen otro tanto. Los dos reinos desconfĆan, se han hecho la guerra, pero ahora saben que deben alcanzar un acuerdo.
MenĆ©ndez Pidal vio en el compromiso de Tordesillas el primer tratado internacional de la historia moderno. Me gusta imaginar a esos hombres del OtoƱo de la Edad Media y el primer Renacimiento cuya cosmovisión cabalga entre dos siglos. ConfĆan en sĆ mismos y en sus posibilidades. Admiran la ciencia y el coraje. Valoran las armas y las letras. Saben que sin arrojo ni ciencia es imposible construir nada que perdure. Unos llegarĆ”n a la India -descubrĆ”monos ante el formidable Vasco de Gama- y otros conquistarĆ”n MĆ©xico y el PerĆŗ. Creen en la providencia, la valentĆa y la cartografĆa. En este 7 de junio de 1494 la modernidad estĆ” naciendo en este pueblo cuyo nombre queda escrito para siempre en la historia.
Por eso, cuando se cumple en estos dĆas los 523 aƱos del Tratado de Tordesillas, aprovechen para recordar de dónde viene Occidente y cómo fueron los hombres y mujeres que lo forjaron. AhĆ estĆ”n la reina de Castilla y los reyes de Aragón y Portugal, los almirantes, los cartógrafos y los pilotos para quienes quieran verlos. Un poeta coetĆ”neo, Juan del Enzina (1468-1529) escribió un villancico que resume el espĆritu de una Ć©poca: āTodos los bienes del mundo/ pasan presto y su memoria/ salvo la fama y la gloriaā. El heroĆsmo, la razón, la confianza y la fe construyeron, desde la Antigüedad, una civilización que hundĆa sus raĆces en Grecia, Roma y JerusalĆ©n y a cuya sombra seguimos viviendo.
P.S. Uno tiende a pensar, como el gran Jorge Manrique -otro espaƱol del OtoƱo de la Edad Media- que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sin embargo, hay hĆ©roes de hoy como Ignacio EcheverrĆa, que sacrificó su vida para salvar a otros durante el atentado terrorista de Londres la semana pasada. El Talmud enseƱa que quien salva una vida salva el mundo entero. En un pasaje del Evangelio de Mateo (16: 25), JesĆŗs dice que āel que quiera salvar su vida la perderĆ”, pero quien pierda su vida por mĆ la encontrarĆ”ā. Creo que cualquiera de esos navegantes, que cruzaron ocĆ©anos llevando el nombre de Cristo en los labios, se hubiese sentido orgulloso de contar entre sus hombres con Ignacio EcheverrĆa.
Esta columna eleva hoy una oración por su alma.