«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Viva Florencia

3 de junio de 2017

El gran humanista y canciller de Florencia Leonardo Bruni (1369-1444) escribió en pleno Renacimiento que “todo oprimido, todo perseguido, todo exiliado, todo combatiente por una causa justa es idealmente florentino”. La capital, del Arno, encarnó, en efecto, el espíritu del Humanismo en sus diversas facetas desde la política hasta el arte que, por otro lado, no andaban tan distantes por aquel entonces. Cuando Miguel Ángel esculpió el David, no celebraba sólo a quien sería rey de Israel, sino que ensalzaba el triunfo de la inteligencia florentina sobre la fuerza bruta de las potencias que se disputaban Italia. Enea Silvio Piccolomini, el futuro Papa Pío II, describió a esos florentinos que admiraban el talento y la belleza: “por muchas cosas es digna de alabanza la sabiduría de los florentinos, pero sobre todo por su costumbre de no prestar atención, en el momento de elegir a su canciller, a la sabiduría jurídica, como lo hacen en muchas ciudades, sino a la capacidad oratoria y a lo que llaman estudios de humanidades”.

El legado de aquellos humanistas, mecenas, artistas y creadores sigue admirando al mundo. Tómese el camino que se quiera en las artes y las letras, todos ellos pasan por Florencia. Hasta la ficción televisiva ha sabido sacar partido de este lugar privilegiado y la ha reconstruido, gracias a la tecnología digital, en videojuegos como Assasin´s Creed y en series como Da Vinci´s Demons.

Ahora bien, Florencia está en peligro.

La masificación del turismo amenaza no sólo sus monumentos, sus edificios y sus plazas sino -y esto es gravísimo- el espíritu mismo de la capital humanista. No se engañe el lector. Una gran ciudad no es sólo sus espacios, sus construcciones y sus ornamentos, sino la acumulación de una forma de vida que puede hacerse inconfundible. Por eso, París, Lisboa, San Petersburgo o -en el caso que nos ocupa hoy- Florencia son irrepetibles. Pueden ser copiadas, reproducidas, imitadas, pero no repetidas. Desde la luz hasta los usos y costumbres del lugar, las tradiciones, los pequeños detalles y el “estilo”, una gran capital como ésta es mucho más que un catálogo de sitios para ver. Aquí uno vive y, si a eso vamos, se desvive – he aquí un verbo maravilloso del español que ya estudió Julián Marías- y hasta muere o, mejor dicho, se muere.

Así que también mueren las urbes y este peligro se cierne hoy sobre Florencia. Por las escalinatas de sus iglesias campan grupos de turistas que se sientan en ellas a comer pizza y beber refrescos. Se tumban a la sombra para protegerse del sol toscano antes de seguir sus paseos. Muchos de ellos acampan, como una tribu nómada, junto a los establecimientos de comida rápida -kebabs, pizzerías de bajo coste- e impiden el paso de los viandantes. Corrijo. Una tribu nómada suele respetar su entorno y tratarlo con el respeto que la creación merece. Estos turistas están de paso y, a menudo, no sienten que tengan otra obligación que divertirse durante sus vacaciones.

No se trata solo de la perturbación del tránsito, sino de los hábitos urbanos del lugar que visitan. La Florencia que visitan- al igual que el resto de Europa- nació porque había una visión del ser humano y del mundo que la sostenía: el humanismo cristiano. Por eso, los arquitectos y los canteros alzaron la catedral de Santa María del Fiero, cuya cúpula diseñó Brunelleschi para envidia de Roma y asombro del mundo. Esa confianza en que la Belleza se identifica con el Bien y la Verdad palpita en cada esquina de ese centro histórico de calles anchas y edificios proporcionados. Este lugar está hecho a escala humana y, ahora, las masas amenazan con arruinarlo preservando la fábrica, pero asfixiando el espíritu que lo anima.

Por supuesto, hay florentinos que resisten y se niegan a que los miles de turistas que cada día visitan la ciudad acaben por ahogarla. El alcalde Dario Nardella ha optado por el agua frente a las multas. Dos veces al día, a partir del mediodía, las escaleras y los pies de los monumentos más señalados serán regados para evitar las aglomeraciones de turistas que se sientan a comer y beber. Por supuesto, los visitantes podrán sentarse en los bancos y aprovechar las terrazas que, con voracidad incesante, van ocupando el espacio que antes correspondía a los peatones. Otro día habrá que escribir sobre cómo ciertas formas de turismo de masas terminan fagocitando los espacios urbanos. Baste ahora señalar que, al menos los pies de los monumentos y los accesos a ciertos edificios y templos, quedarán expeditos gracias a los manguerazos del personal municipal de limpieza.

En otros sitios, el turismo está provocando, directamente, el éxodo de los habitantes de los centros históricos. En Venecia -otra de las joyas de Occidente- se han constituido plataformas para detener la marcha de los venecianos de los canales hacia el continente. Se cierran panaderías y librerías y se abren tiendas de recuerdos. Al final del día, las calles languidecen porque nadie vive en ellas y, quien las recorre, solo estará en ellas unos pocos días. No querría que mis palabras se tomasen como una causa general contra los turistas -hay muchos tipos de turismo y muchísimos de turistas- pero los viajeros están cediendo ante los visitantes ocasionales que no acuden a los lugares para ver, sino para hacerse fotos y contar qué han visto… aunque apenas puedan explicar qué significaba.

Es imposible construir sin más lugares como Florencia, Venecia o Sevilla, pero es muy fácil transformarlos hasta dejarlos arrasados. Sobre ellos se cierne la irrupción de las omnipresentes franquicias, la conquista de los espacios públicos por las marcas globales -hay calles que ya parecen copiadas unas a otras por la publicidad y los escaparates- y las oleadas de personas que miran sin ver y pasan por los sitios sin que los sitios pasen por ellos.

Florencia se defiende con chorros de agua y ojalá venza. Hoy necesitamos conservar sus iglesias y sus museos. Nos hacen falta la Biblioteca Laurenziana de Miguel Ángel, los frescos de Fra Angelico en el convento de San Marcos y el baptisterio de Giotto. En un tiempo en que Europa está olvidando de dónde viene -y, por lo tanto, es imposible que sepa hacia dónde tiene que dirigirse- Florencia es la memoria viva y la prueba fehaciente de un modo de vida distinto. El debate sobre el pretendido desarrollo económico que brinda el turismo no puede soslayar que hay turismos respetuosos con los lugares y turismos destructivos con ellos. Al final, a fuerza de atraer turistas sin más ni más, no quedará nada que merezca la pena visitar.

Vengan, pues, manguerazos y chorros de agua sobre las escaleras y las calles de Florencia. Que el Arno contribuya con su generoso caudal desde los jardines de Boboli hasta Santa María Novella y más allá. Que los turistas aprovechen para visitar -debidamente vestidos, por favor- las maravillas que atesora la patria de todos los exiliados, los perseguidos, los combatientes por una causa justa. Que se dejen empapar por la belleza que nos salva del tiempo y de la historia y nos recuerda para qué fuimos creados.

Viva Florencia.

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