«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ronaldo desatado

7 de marzo de 2016

No nos lo están poniendo fácil. Últimamente, plantarte frente al televisor, un sábado, a las cuatro de la tarde para ver al club de tus amores es una cuestión más de amor. De amor verdadero y no el sainete que se montaron, dos horas antes, Rupert Murdoch y Jerry Hall por lo civil y por la iglesia. Con la temporada que llevamos es ya una cuestión de fe. Y a creer en lo imposible, mira, a eso, a mí, no me gana nadie. Y ofertas suculentas tuve para evitar disgustos. Por la mañana, las amigas me presentaban el planazo: cañas con marineras o caballitos a las 13:30 y de ahí a mesa y mantel con un buen solomillo regado con un Ribera. Sobre las cinco me llevarían a los gin-tonics por lo que, inevitablemente, llegaría a casa seminconsciente justo para contemplar al bello Zidane en rueda de prensa. Me debatía tanto que temí provocar un desplome en el sensible Ibex 35. Pero fue la visión de Zinedine bajando del autobús, todo marmóreo, en mangas de camisa bajo los helados nueve grados y el airazo de Madrid lo que me retuvo presa en el sofá. Ni Patxi López gritándome, como a los diputados el pasado viernes, “¡sacabó!” habría logrado en mí semejante acto de obediencia. En los prolegómenos, Ramos chocaba las manos con sus compañeros y besaba a Isco; las azafatas repartían mantas en los asientos de palco y Florentino, anfitrión, saludaba a sus invitados acompañado de Plácido Domingo. Ojalá esto no sea la premonición de una tarde de cantadas, diosito, sólo acerté a implorar. Keylor Navas, que se agarra a la fe como yo, se persignaba, as usual, unas ochocientas mil cuatrocientas veces, cuestión nada baladí porque realizó, pocos minutos después, el paradón del partido en dos tiempos que, en caso contrario, habría supuesto el resurgir de la enésima pitada que ríete tú de los clarines en la Maestranza. Mientras, Zidane, enfundado en su abrigo, esperaba el pitido inicial de pie, fuera del banquillo con esa mirada azulada y nada perdida como lágrimas en la lluvia (incipiente) a lo Blade Runner. Y Bale, de regreso. Nada podía salir mal.

 

 

El Madrid continuaba con su juego deslucido y apagado al que nos tiene acostumbrado. O aún sobrevolaba sobre Madrid el efecto soporífero del discurso de Rufián, que parecía haber contagiado también a los jugadores. Sólo que desde megafonía pusieran el ‘Solamente tú’ de Pablo Alborán terminaría por hundirme en la siesta del año. Para colmo, pancarta: ‘Para llevar este escudo hay que sudar la camiseta’, palabra de Di Stefano. Como si eso fuera la purga de Benito, a correr como Elizabeth de Austria huyendo de la corte de Viena. Para que luego terminen todos acalambrados. A los veinte minutos empezaron los murmullos, pitos. Temí ver el Bernabéu como El coloso en llamas; bien prontito, no sea que a los piperos les pille atasco en la Castellana. Confundís aburrimiento con melancolía. Es alcanzar la perfección y llegar a muchos el tedio y el disgusto.  Ya lo decía el celtiña Iago Aspas, “si aguantas media hora en el Bernabéu el público se echa encima”. Triste, aunque real. El Madrid hacía sus imponentes contragolpes, pero hacia atrás. ¡A poco, los de Vigo, nos iban a hacer un Lacón con grelos o una empanada gallega! Y en el minuto cuarenta llegó el gol de Pepe. ¡Como el bálsamo de Fierabrás! ¡Pepe! un defensa!  ¡un tipo, además, con camiseta de manga corta y guantes! Pero cómo sonó de bonito ese golpe contra la red, seco, que provocó hasta el vuelo espantado de las palomas de las terrazas contiguas. En la segunda parte, y sin saber cómo, vino el éxtasis. Por la mañana, Cristina Cifuentes, muy aguda, subía una foto a las Redes de un yogi hindú,  “hay a quien la Puerta del Sol le hace levitar”, escribía. Algo de ensueño y levitación provocó la charla de Zidane en el descanso porque llegó el festival Ronaldo. Ronaldo desatado. Y, también, lo de Ronaldo y el público, como Joan Fontaine contra Olivia de Havilland, Alexis contra Krystle o Inda vs Pablo Iglesias. Ese plante con las piernas abiertas y brazos en cruz salpimentado con el gesto de la mano en la oreja izquierda en claro mensaje de reproche al público. Y el público entrando en su habitual bipolaridad Dr. Jekyll- Mr Hyde. De eso que necesitas a gente que te sobra y te sobra gente a la que necesitas, esa esquizofrenia nerviosa del Bernabéu.  Y Ronaldo a lo suyo, hasta cuatro en su cuenta. Aquello era como lo que decía Delibes de Umbral, “escribe con la facilidad con que mea”. Rodado. Y un auténtico placer ver a Bale (que también marcó ¡bravo!) por la izquierda y a Lucas Vázquez por la derecha. Y Benzema subía una foto a Instagram desde el estadio ¡y hasta iba vestido ‘normal’! me refiero a que no iba con visera hacia atrás, bomber y cadenas estilo Paquirrín. Los del Celta, ante la avalancha, sólo podían hacer como Kiko Rivera (hablando del rey de Roma) el otro día, lo que le aconsejaba su hermano Fran ante una vaquilla, “tú te retiras, la vaca pasa por un lado y tú te quedas por el otro”.  Para entonces, Ronaldo ya era el segundo máximo anotador en la historia de la Liga española (252 tantos)  superando a Zarra (251). María Ángeles, hija de Florentino, en el palco, se acercaba a la cara de su padre y con cariño le daba un beso. Lleno de contenido y significado. Ese sí fue, realmente, el beso de la semana.  

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