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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ruinosos virreinatos

23 de agosto de 2013

En una entrevista le preguntaron a Leopoldo Abadía, perspicaz diagnosticador de las crisis, y fontanero de tuberías contables, financieras y mediopensionistas, quién llevaba las cuentas en su casa. Pueden imaginarse la respuesta. Las amas de casa, especie en peligro de extinción, han sido las verdaderas ministras de Economía –¿cómo era? ¿administración de recursos escasos?–. Con una regla de andar por casa: no gastar más de lo que se ingresa. Cutre, sí, pero funciona. Y a diferencia de los Estados y de los gobiernos keynesianos, la madre de familia no puede caer en la tentación de darle a la máquina de imprimir billetes. A lo que le da es a la socorrida croqueta para estirar menús.

También decía Abadía que la clave de la economía familiar, además de esa gramática parda, era la propiedad. A diferencia de los Estados, y los gobiernos keynesianos, el dinero en un hogar es de alguien. Se valora y se administra, porque se sabe lo que cuesta.

Si el paradigma del ahorro y la administración es el ama de casa, el del despilfarro es el Estado de las autonomías. Ha pasado tanto tiempo –y tanto escándalo– desde la Transición que ya casi no se acuerda uno para qué se montaron. Lo cual contrasta con la disciplina espartana de familias y empresas, al apretarse el cinturón hasta extremos de asfixia. Las cifras de unos y otros constituyen una radiografía moral más que económica. Mientras que el gasto de las autonomías se dispara un 20%, derrochando casi 30.000 millones de euros más que en 2007, antes de que la crisis enseñase las orejas, las exportaciones han marcado un récord histórico en el primer semestre. Se importa menos y se exporta más. Pero si somos competitivos en ese terreno es porque familias y empresas están soportando sobre sus espaldas la dieta de caballo impuesta desde arriba, mientras los virreyes de las taifas autonómicas –y sus legiones de paniaguados– siguen como en tiempos de las vacas gordas, en una burbuja de irresponsabilidad que ha sucedido a la del ladrillo.

Digamos que las empresas no han tenido otro remedio que espabilarse, reduciendo los costes laborales, y saliendo a vender el percal en mercados exteriores, buscando a nuevos clientes entre países emergentes. Mientras que las CCAA siguen sin apearse del tren de lujo y prebendas, de burocratismo e incompetencia. No se aplican la vara de austeridad exigible a los demás, y gastan más dinero público –es decir el suyo y el mío– que antes de la crisis. Singularmente las que más se quejan. La Cataluña de Mas sigue chantajeando al Estado Central –y Montoro cede mediante el déficit a la carta– pero es una de las regiones incumplidoras, con un déficit superior al autorizado, pero que se va a beneficiar de un mayor margen de gasto este año. 

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