«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Biografía

La saga fuga de Aguirre

3 de abril de 2014

Aquí estoy, sin salir de mi asombro. Esperanza Aguirre, lo sabrán ya a estas alturas, echó el freno de mano a la altura del número 44 de la Gran Vía. Con el aplomo de un gobernador civil que pasea por la Avenida de José Antonio, Aguirre estacionó su Toyota en pleno carril bus con el propósito de bajarse un momentito y sacar dinero. No dudo que el tiempo de Aguirre será valiosísimo, pero tenía otras opciones. Podía haber dejado el coche en la Plaza del Rey, o en los Garajes Luna. Incluso en el Parking de la Plaza de los Montenses, que está muy cerca. O arrimarse, desde cualquiera de ellos, al cajero más cercano, que no creo que los billetes del Caja Madrid del número 44 de la Gran Vía madrileña sean más lustrosos que el resto. En la calle Sevilla, doña Esperanza, hay un párking de lo más a propósito, pues cerca hay un cajero del mismo Bankia. Además, podría darse un garbeo por una de las zonas más bonitas de Madrid. Pero no. Echó el freno en el carril Toyota, o eso debió de pensar, y ahí me las den todas.

Aguirre comparte conmigo la tirria que le tengo a los agentes de movilidad. Lo siento, chicos, pero me caéis mal. Y a Aguirre, también. De modo que cuando uno de los dos que se detuvieron a denunciar al Toyota y comprobó, ojiplático, quién se había plantado en la vía, Aguirre cogió su volante, y a correr. Hombre, podía haber tenido más cuidado y no echar abajo la moto del agente.

Pero aquí no acaba la cosa. Aguirre, en sagaz fuga, recorría los madriles como Steve McQueen quemaba los neumático de su Ford Mustang en San Francisco. No por la velocidad, sino porque le seguía un coche de la Policía Local que llegó a alcanzarle y a darle indicaciones para detener el vehículo. ¡Como si las necesitara! Que le pregunten a los autobuses de Gran Vía si sabe detener el vehículo.

De modo que aquí seguimos, el menda y mi asombro, con mi pasmo, mi desconcierto y mi turbación. Aunque no debería extrañarme, a estas alturas, de que un dirigente político dé por hecho que las normas no están hechas para él.

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