Se celebró esta semana la festividad de san Joaquín y santa Ana, los padres de María; y aunque patronos de los abuelos, me atrevería a decir que su historia no es muy conocida, quizás por no aparecer en los evangelios sino en el protoevangelio de Santiago y en narraciones y leyendas.
Sin embargo, tienen una gran modernidad. Hay santos cuyo culto se hace, de repente, necesario.
Joaquín y Ana eran un matrimonio piadoso que vivía según la ley de Dios, pero que tras veinte años no había conseguido tener hijos.
Marcados por la esterilidad, recibían un castigo por ello. Joaquín se dice que fue echado del templo por osar mezclarse con los fecundos que sí aportaban hijos al pueblo de Dios; Ana, marcada y avergonzada por la esterilidad, dirigía plegarias al Señor y esos ruegos, un día, fueron atendidos. «Tendrás un hijo del que se hablará» (mi recuerdo es inexacto, y es mucha audacia citar a un ángel). A Joaquín, que huyendo de la maledicencia se había retirado al desierto, se le apareció un ángel con el anuncio: ve al encuentro de tu mujer a las puertas de Jerusalén. Allí, ella le dio la noticia con un beso. Joaquín y Ana serían padres bendecidos por Dios, como luego José y María, como todos los padres. La pareja, madura e infértil, tendría la dicha de engendrar a la Virgen María y si en la aceptación de Joaquín está prefigurada la de José (la de cualquier hombre), en la bendición de santa Ana está la esperanza de tantas mujeres. Por eso es, además de patrona de abuelas, la santa de la fertilidad, a la que tantas ruegan, como ella rogó, para que llegara el niño.
Por eso, la historia no tan conocida de Joaquín y Ana los convierte en figuras rogatorias muy actuales, instancias de la esperanza posmoderna, si tal cosa es posible. Son los abuelos de Jesús, pero también son (ahora mismo nos interesa mucho esto) los padres postreros bendecidos, la pareja madura que supo esperar unida, confiar el uno en el otro, salvándose de la esterilidad y la tristeza. En santa Ana obra el Espíritu Santo y ellos, a la vejez viruelas, criarán a la Purísima. Los últimos serán los primeros.
Por eso se les representa en el arte como personas maduras, padres provectos. Joaquín y Ana, santos de la reproducción asistida, santos del último intento, santos del óvulo congelado y el espermatozoide rezagado, santos del esfuerzo común de esas parejas a las que vemos por los parques cargar con el carrito, ajados y canosos, cerca la cincuentena, con edad de ser abuelos pero ojillos de padres dichosos, reconocibles por una inconfundible meticulosidad, a las puertas de Jerusalén, tras el anuncio inesperado del ángel.