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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Es licenciado en periodismo; doctor en Economía Aplicada y BA (Hons) en la Universidad de Essex (Reino Unido). Dedicado durante décadas al periodismo económico y de investigación trabajó para El País, Le Monde, Diario 16, Cambio 16, Le Soir, Avui, Radio Nacional de España y El Noticiero Universal. Fue el primer director de Intereconomía Televisión y también director editorial de Grupo Intereconomía. Entre otros premios obtuvo la Antena de Oro de la Televisión por Más se perdió en Cuba.
Es licenciado en periodismo; doctor en Economía Aplicada y BA (Hons) en la Universidad de Essex (Reino Unido). Dedicado durante décadas al periodismo económico y de investigación trabajó para El País, Le Monde, Diario 16, Cambio 16, Le Soir, Avui, Radio Nacional de España y El Noticiero Universal. Fue el primer director de Intereconomía Televisión y también director editorial de Grupo Intereconomía. Entre otros premios obtuvo la Antena de Oro de la Televisión por Más se perdió en Cuba.

¡Saquen al cenutrio ese de la gestión sanitaria!

10 de octubre de 2014

Alguien en el Gobierno de Ignacio González se dio cuenta de que en las comparecencias por el ébola en la consejería de Sanidad las daba Rafael Santamaría pero que el consejero Javier Rodríguez no se mojaba. Y le dijeron que tenía que ponerse al día, que las competencias sanitarias son de Madrid y que, por tanto, el consejero tenía que estar en esa trinchera. Quien hizo eso, la pifió.

Arrancó el consejero tirando de amigos en la SER y desde entonces, pues un calvario para todos. Cada vez que abre la boca, sube el pan. Primero cargaba las tintas con que la pobre Teresa había mentido, cosa que -por obvia- un caballero se la calla, sobre todo, con alguien que al día siguiente estaba en estado crítico y que arriesgó su vida como voluntaria en el Carlos III. Al consejero cenutrio eso le importa un pepino y soltó aquello excelso de “Tan mal no debía de estar para ir a la peluquería”. Feo detalle que demuestra que el consejero no es capaz de pensar y mascar chicle a la vez.

No contento con ello, Javier Rodriguez se planteó batir los récords españoles de estulticia y chulería: “Oiga que yo no le tengo apego al cargo” (pues a nosotros no nos hace favor alguna); “Que como ven, yo vengo bien comido de casa” (quizá exageradamente comido o con sobrepeso para ser consejero de la salud); “Que yo me voy y no dependo de esto, ¡yo soy médico!” (quizá no haya un médico tan tonto como este en todo Madrid). Dos perlas más de cenutrio Rodríguez, desatado en los medios: “No hace faltar hacer un master para ponerse el traje», le decía a estupefacta Ana Rosa. Para acabar, innovó con una extraña teoría de posible infección del ébola entre la clase periodística por poner “los micrófonos en la boca a los médicos que atienden a los infectados”. No, no es de Nobel es de sainete de los hermanos Álvarez Quintero. ¡Menuda exhibición impúdica de lo que no debe ser un consejero sanidad de un Gobierno en un país serio!

Javier Rodríguez es un político nefasto, un gestor irrelevante y un tipo que salió del anonimato cuando Ignacio González “mandó a parar” a Javier Fernández-Lasquetty con la gestión privada de hospitales. Convenía un “pastelero” que recompusiera las relaciones con los combativos sindicatos de la sanidad y eligieron a este como podían haber puesto a Benny Hill, sin querer ofender al humorista inglés. En las crisis se forjan los políticos y este merece irse a casita a “ponerse como el Quico” y buen provecho.

Esos sindicatos con los que hay que hacer las paces tampoco superan esta crisis. Tras unos días de “Teresa somos todos” patético, si sabemos que en urgencias de Alcorcón “los compañeros” huían despavoridos a la hora de atender a Teresa. ¿No era mejor un prudente silencio?  Cuando el cenutrio consejero de Sanidad madrileño cargó orondo contra Teresa Romero por haber mentido a los facultativos por no referirles que había estado cuidando al misionero García Viejo y que se había tocado la cara con el guante infectado, ellos matizaron: “No mintió, sino que omitió”. La enferma “omitió” a los que la atendieron (hoy en el Carlos III) que estuvo en contacto con un brote epidémico que asusta al mundo entero por su virulencia… Es para echarse a llorar o a omitir.

Y luego pretenden hacernos creer que la sanidad pública española es la mejor del mundo. Eso sin hablar de la ministra Ana Mato, la que anda mal de la vista que, en atención a la urgencia de transparencia informativa, accede a informar a la prensa… la semana que viene. ¡Joder, qué tropa!

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