«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

Se precisan ideas

18 de mayo de 2022

Me refiero a las ideas sobre lo que sea conveniente hacer para la salud colectiva. Las que, ahora, predominan en todas partes (y, especialmente, en los países de la Iberosfera) se visten con un ropaje progresista y se encuentran bastante ajadas.  Lo peor es que suelen ser enemigas del progreso material; no digamos del adelantamiento de las costumbres.

No todas las ideas tienen el mismo alcance. Solo, vale la pena admitirlas y defenderlas, si, para ello, a uno le hacen mejor persona. Esa es la prueba definitiva de su utilidad. Naturalmente, hay grados de bondad en los principios que uno trata de aceptar o practicar. Un criterio pragmático para establecer tal gradación consiste en rechazar el valor superior que rige en las sociedades actuales. A saber, enaltecer, por encima de todo, el ideal del enriquecimiento rápido y, a poder ser, ostentoso. Nótese que las figuras famosas del deporte, el espectáculo, la economía o la política no suelen ser admiradas por su esfuerzo, sino porque se hacen millonarias. Lo contrario de la centralidad del dinero a toda costa es destacar la valoración del esfuerzo, el mérito, la tarea bien hecha. No son principios que gocen de un gran atractivo.

Las ideas progresistas, tan bien asentadas, se manifiestan en el enaltecimiento de estas cuestiones (entre otras de la misma ralea): ecologismo, feminismo, globalización, sostenibilidad, cambio climático. Son generalizaciones que, en sí mismas, poco significan. No obstante, distinguen a las personas que prevalecen y se imponen en el mundo actual.

El progresismo preponderante se propone aniquilar muchas tradiciones que cumplían ese papel de organizar mejor la vida colectiva

Las ideas del progresismo establecido o instalado son tan poderosas que se consideran indiscutibles, como si fueran dogmas o axiomas. Es decir, en la práctica, se transforman en creencias, incluso, con el sentido religioso de ese término. La transmutación es lógica en un tipo de sociedad como la nuestra, fanáticamente, seculariza o atea.

No hay que llegar a las alturas místicas. Examinemos una típica creencia establecida como epítome del progresismo: la norma de que los menores de edad no deben trabajar, ni recibir dinero por ello. Llevado al límite, ese ideal (que tan bien suena) no deja de ser una gran tontería. Los adolescentes, y aun los niños de la escuela primaria, bien podrían ganar unas monedas, dedicándose a tareas ancilares en sus ratos libres de tareas educativas. Desde luego, tal ocupación parcial no, solo, es compatible con la obligación básica de estudiar o hacer deporte, sino que le otorga pleno sentido. Supondría una forma de empezar a familiarizarse con la ética del esfuerzo y la responsabilidad, hoy, tan desacreditada. 

Como se verá por el ejemplo aducido, las ideas que se requieren no son tan novedosas o inéditas como podrían parecer. Más bien, se trata de una renovación de algunos viejos ideales periclitados en nuestro mundo un tanto caótico. Precisamente, el progresismo preponderante se propone aniquilar muchas tradiciones que cumplían ese papel de organizar mejor la vida colectiva. En su lugar, se alza el triunfo de una suerte de oligarquía a escala mundial, tan prepotente como inculta. Luego, en cada país, adquiere tonalidades propias.

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