«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

Seamos un poquito menos «mejores»

30 de enero de 2025

Me confieso de la facción de Confucio cuando dice que el primer paso para alcanzar un buen gobierno es devolver a las palabras su verdadero significado.

Quizá nunca antes se habían usado tantas palabras como otros tantos conjuros paralizantes en política, palabras que nada significan o que, en cualquier caso, se usan con una desenvuelta y deliberada ignorancia de su significado real. Todo el mundo sabe que «¡fascista!» es un encantamiento a lo Harry Potter para lograr que un pepero pierda súbitamente pensamiento y voluntad.

Pero no quería ahora hablar de una palabra, sino de una frase, una expresión que he oído usar desde la derecha para significar dos cosas contrarias o, al menos, para provocar dos reacciones diametralmente opuestas: «Nosotros somos mejores».

Javier Milei la ha usado a menudo, y lo ha hecho de la manera correcta. Dirigida desde la derecha a la izquierda, es un reproche y un desafío: sí, somos mejores, desde cualquier punto de vista. Nuestra postura es moralmente mejor, intelectualmente superior, incluso estéticamente más alta. Es un grito de guerra, de voluntad de victoria, la confesión sucinta y a gritos de una verdad no por evidente menos silenciada.

Pero cuando un pepero dice «nosotros somos mejores», está diciendo lo contrario en intención y resultado. La frase suele pronunciarse después de que, en reacción al último truco sucio de la izquierda, alguien propone devolver el golpe. No, no debemos, dirá la derechita: nosotros somos mejores que todo eso. Nosotros no descendemos a los niveles de nuestros rivales. Nosotros seguimos ateniéndonos a las reglas del Marqués de Queensbury aunque el otro nos acabe de encajar una patada en la entrepierna, aunque la pugna política sea en realidad lucha en el barro.

Ese «nosotros somos mejores» es una rendición preventiva, en el fondo, una confesión de debilidad e impotencia. Es la enfermedad mental que, como observaba Chesterton en su día, hace al hombre encandilarse tanto con el compromiso que no cree ya que medio pan es mejor que nada, sino que medio pan es mejor que un pan entero.

La derechita nos dice que la política es el arte de lo posible, justo antes de recordarte que casi nada es posible. Tiene pavor a la victoria, no a la electoral, que no aprovecha para nada, sino a la real, a la que permite imponer condiciones inapelables al perdedor.

A menudo la excusa para esta actitud es que imitar las tácticas y técnicas del enemigo es aceptar su marco, entrar en su juego, y que de esta forma acabaríamos convirtiéndonos en ellos. Pero eso es simplemente absurdo, confundir medios con fines; nadie imagina a los aliados renunciando a los tanques para «no ser como Hitler». Por supuesto que si el enemigo nos está dando una paliza, haremos bien en imitarle en todo lo que le está haciendo vencer.

La derecha, en definitiva, tiene que hacerse tipológicamente de izquierdas en muchas cosas, empezando por su absoluta falta de complejos, en su superioridad moral interiorizada y en su decidida voluntad política. La derecha, si está legitimada, debe poder decidir con la contundencia y celeridad de un «¡exprópiese!» chavista.

Si González Pons llama a Trump «macho alfa de una manada de gorilas» es porque el presidente norteamericano actúa como la izquierda, es decir, aplicando aquello en lo que cree de forma inmediata y eficaz. Y eso le da pereza al eurodiputado, más hecho a dormitar al dulce susurro del consenso y la rendición.

En Colorado y otros estados de Norteamérica, miembros de la banda venezolana Tren de Aragua llevan meses aterrorizando a los habitantes de bloques de apartamentos en los que se han instalado. El otro día Trump dio una orden y detuvieron al cabecilla. Asunto resuelto.

Y como eso, decenas de problemas resueltos literalmente de un plumazo, con una firma, en la primera semana de mandato, como si fuera Zapatero o Sánchez en punto a superioridad moral. Entiendo que el PP le vea hacer sencillamente aquello en lo que decía creer como si fuera, no sé, presidente de Estados Unidos, y les entre sudor frío. Esas cosas solo las hace la izquierda; nosotros somos «mejores».

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