«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Las semillas de la ira

6 de octubre de 2014

Hay timadores de barrio, como lo eran Paul Newman y Robert Redford en El golpe, aunque en la realidad no suelen ser tan guapos, y quizá los de verdad se parezcan más a Tony Leblanc y Antonio Ozores cuando rodaron Los tramposos. Claro que tampoco tienen tanta gracia. El caso es que ese tipo de granujas no termina de caer mal, porque tiene algo de arte y nada de violencia. Luego los hay más antipáticos, como los timadores que nacen a la sombra de la política, macarras con bigotes, paletos con hermanos en el poder, o apandadores en general, de los de Moet, burdel y cocaína, que dan bastante asco, por grotescos y por zafios. Nada elegantes, aunque también se aficionen a la alta costura, y algunos de ellos -y ellas-, se harten de salir en las revistas. Después están los timadores con rostro granítico: ciertos artistas abstractos y los críticos que los aplauden según porcentaje. Estos son como los de la estampita, que engañan a gente que suele merecerlo, así que no crean un rechazo excesivo.

Y, por último, están los timadores con tarjeta y apariencia de respetabilidad. Arropados con nombramientos políticos, chorizos sin remordimientos, sol y espejo de una generación que se cree con derecho de vivir gracias al sudor de los demás. Son las heces que contienen las bacterias necesarias para desarrollar las epidemias revolucionarias, las semillas de la ira. Peperos engominados y sociatas ya sin pana, sindicalistas de boca zafia y mano larga, banqueros de cómic comunista, no os maldecimos por esa pulsión de nuevo rico -del que nunca tiene suficiente- sino por el descaro con el que negáis las evidencias, porque habéis pensado que todos haríamos lo mismo, porque entendéis que el reproche a los ladrones es una moralina nacional católica, y, sobre todo, porque ninguno de vosotros tiene el buen gusto de suicidarse.

 

Da igual, las semillas están plantadas y abonadísimas con el estiércol de una sociedad que cree que el honor y la decencia son pergaminos de museo. Muy pocas veces la historia deja en suspenso las sentencias.

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