En mas de una ocasión he reflexionado sobre el éxito indudable, al menos en términos cuantitativos, de las llamadas redes sociales, alguna de cuyas variantes se han convertido en relatos en tiempo real, adornados de contenido gráfico, de la vida, incluso íntima, de las personas que en ellas participan. Confieso mi muy escasa afición a semejantes actividades, al tiempo que reconozco que muchos otros –a la vista está– piensan de diferente manera. Pero en el caso de los famosos 140 caracteres de Twitter, una red en crecimiento, el asunto es, o me lo parece, algo mas complejo.
Hace unos días sin ánimo de pontificar ni siquiera de esclarecer se me ocurrió que este tráfico de comunicación entre desconocidos tendría que tener alguna raíz algo mas profunda, y escribí mas o menos esto: ¿no será que Twitter es un mero agregado de soledades? Días después releí a Cioran en sus Conversaciones y me encontré con esta frase del filósofo rumano: las soledades se atraen mutuamente. Me pareció muy profunda porque en su fondo radica una idea que puede coadyuvar a la explicación de la conformación de la vida en sociedad. La atracción de las soledades individuales para crear un cuerpo de comunicación compartido. Pero, entonces, ¿acaso es esa la situación de nuestra vida actual? ¿No es mas cierto que hemos alcanzado grados de soledad mayores que antaño? ¿No localizamos a personas que se comunican sólo a través de su ordenador y que con ello solo consiguen una compañía virtual? Si es cierto el aserto, ¿no estaremos edificando una sociedad que niega sus propios fundamentos comunitarios para sustituirlos por un agregado de soledades individuales?
¿Acaso es mala la soledad? Pues no. Depende. Hay una soledad interior, la del encuentro contigo mismo, que no solo no es negativa sino que conduce al camino del mejor perfeccionamiento del ser humano. Los místicos como Eckhart o Boehme hablan de algo que me resulta muy gráfico: el silencio de los sentidos. Ese tipo de soledad espiritual al que me refiero, que puede convivir incluso con algarabía exterior, reclama un encierro sobre nosotros en ese lugar en donde vive el silencio, pero, claro, para eso, hay que acallar el ruido de los sentidos, y hasta, como ellos mismos apuntan, el estrépito de los deseos de la voluntad.
Curiosamente agregamos en nuestra sociedad moderna soledades de ordenador y no somos capaces de encontrar las soledades del interior, los silencios de lo externo, el encuentro con esa parte de nosotros en donde radica la experiencia de lo trascendente. No me parece buen camino el edificar soledades exteriores y ruidos interiores. Si ni la idea de sociedad funciona ni la de individualidad tampoco, es lógico preguntarse qué camino estamos recorriendo.