«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Catedrático de Universidad y autor de "Defensa del liberalismo conservador" y "La fragilidad de la libertad", entre otras obras.
Catedrático de Universidad y autor de "Defensa del liberalismo conservador" y "La fragilidad de la libertad", entre otras obras.

Sí, Milei es nueva derecha

10 de septiembre de 2023

La nueva derecha ha de ser liberal, conservadora y patriótica —«o no será», que diría Malraux—. Liberal en la medida en que considera irrenunciables principios como la separación de poderes, la igualdad ante la ley o los derechos fundamentales (los verdaderos —libertad de religión, de expresión, de pensamiento, derecho a la vida, etc.—, no los pseudoderechos woke: al aborto, al «género autopercibido», etc.) y estima que la receta para la prosperidad es el aligeramiento del Estado, la rebaja fiscal, las facilidades para la inversión y la disminución de regulaciones. Conservadora porque sabe que no todo es mercancía y que esa consigna de liberalización no es extensible al ámbito del amor y la familia, amenazado más bien por un exceso de libertad que fragiliza los vínculos (hundimiento de la nupcialidad y de la natalidad: ambos están concatenados). Patriótica porque cree que el ámbito adecuado para la praxis liberal-conservadora es el Estado-nación, desdibujado por cesiones de soberanía hacia arriba (organizaciones internacionales) y hacia abajo (regiones autónomas con ínfulas de Estado en España; «pueblos originarios» en países hispanoamericanos infectados de indigenismo).

La gran cuestión es cómo conseguir el equilibrio entre las tres componentes, evitando que la radicalización de alguna anule a las otras dos. Esa anulación se daría, por ejemplo, en un ultraliberal que exija fronteras abiertas a la inmigración masiva (poniendo así en peligro la preservación del Estado-nación), en un ultraconservador que quiera acabar con la libertad religiosa porque «el error no tiene derechos» o en un ultrasoberanista que reclamase una autarquía a lo Enver Hoxha.

La irrupción fulgurante de Javier Milei en la política argentina es una gran noticia para la nueva derecha. Milei es conservador, entre otras cosas, porque defiende a ultranza el derecho a la vida desde la concepción, promete suprimir la aberrante Educación Sexual Integral, convertida allí como aquí en corrupción de menores, y quiere incrementar la inversión en policía y sistema judicial para restablecer la seguridad ciudadana. Y es patriota porque propone medidas enérgicas contra la inmigración irregular: prohibición de la entrada de extranjeros con antecedentes penales, deportación inmediata de los inmigrantes que cometan delitos…

Que Milei es nueva derecha fetén queda confirmado por el hecho de que recibe ataques de los puristas de cada uno de los tres sectores. Hay ultraconservadores que lo descartan por no ser católico practicante, por su interés por el judaísmo o porque una vez dijo que hablaba con su perro muerto. Más enjundia tiene la acusación —infundada— de defender la venta de órganos: Milei hizo una vez, en una entrevista televisiva, un comentario desafortunado en esa dirección —«¿por qué tendría el Estado que impedirme hacer lo que quiera con mi cuerpo?»— pero en los dos años que ha sido diputado no ha defendido nada parecido en sede parlamentaria, ni incluido propuestas al respecto en el programa de La Libertad Avanza; más aún, es el único político argentino que ha firmado la Carta Internacional para la Erradicación de la Trata de Niños y Adolescentes Con Fines de Explotación Sexual y Tráfico de Órganos. Su defensa teórica de la venta de órganos puede ser tomada como una boutade filosófica: Milei es un intelectual anarcocapitalista que está bajando de la utopía libertaria a la compleja realidad.

Finalmente, hay ultrasoberanistas que atacan a Milei por su propuesta estrella en materia económica: la dolarización (de lo que se trata no es de imponer el dólar, sino de suprimir el curso obligatorio del peso, permitiendo a los argentinos ahorrar y pagar en la moneda que prefieran, que posiblemente resultará ser el dólar, pues el peso ha perdido todo su valor tras décadas de irresponsabilidad monetaria de los políticos). Significativamente, los candidatos de Juntos por el Cambio (el PP argentino, para entendernos) y Unión por la Patria (kirchnerismo) coinciden en presentar a Milei como un vendepatrias: Sergio Massa, kirchnerista, ha hablado del «candidato esclavo de Wall Street».

Ver la moneda como un rasgo irrenunciable de la identidad nacional es un dislate. El dinero nació en el sector privado, no en el público: los comerciantes necesitaban un medio de intercambio que fuese fácilmente divisible, relativamente escaso y generalmente aceptado; la sal (de ahí viene «salario») o el maíz fueron usados como moneda en ciertas culturas, aunque casi todas terminaron prefiriendo los metales preciosos. El monopolio estatal de la moneda fue posterior, y desde un principio asociado a la tentación política de manipulación oportunista de la misma —contra ello advirtieron ya los maestros españoles de la Escuela de Salamanca—. Por cierto, el rol de moneda internacionalmente fiable que hoy cumplen el dólar o el euro lo tuvo durante siglos el real de a ocho español —«pieces of eight!«, graznaba el loro de Long John Silver en La isla del tesoro—, con amplia difusión en Europa, América y Extremo Oriente: el real de a ocho tuvo curso legal en Estados Unidos hasta 1857, y todavía a mediados del siglo XX el Gobierno comunista chino obligó a los campesinos a entregar los últimos, que atesoraban como reserva de valor.

En países como Argentina, la soberanía monetaria ha supuesto una maldición: los Gobiernos imprimieron dinero una y otra vez para financiar el gasto público, provocando inflación. La existencia de un Banco Central supuestamente independiente no ha frenado la manipulación política de la moneda: la inflación interanual en Argentina ha alcanzado el 113%, destruyendo ahorros y disuadiendo de inversiones.

La dolarización de Milei no es un salto al vacío libertario: ya ha sido aplicada con éxito en Panamá o El Salvador. El caso de Ecuador es especialmente aleccionador: en la década de los 90, todavía con «soberanía monetaria», la inflación anual osciló entre el 22% y el 91%; desde la dolarización de 2000, la inflación anual bajó inmediatamente de los dos dígitos, llegando a alcanzar tasas negativas en 2017. La situación económica del Ecuador dolarizado es mucho mejor que la de la Argentina soberanísima, y si no ha mejorado aún más, es porque entre tanto el país ha padecido a un presidente bolivariano como Rafael Correa, que duplicó el gasto público para financiar «programas sociales» e infraestructuras faraónicas.

Milei es nueva derecha: derecha de las ideas, derecha de la batalla cultural y de las reformas valientes, frente al tecnocratismo inane de los Macri, los Rajoy o los Piñera. ¿Cómo no desear suerte a un tipo que habla con esta claridad?: «El capitalismo es moralmente superior: propone el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad, y por eso sus instituciones se basan en la propiedad privada, la competencia, la no intervención, la cooperación social, la división del trabajo, donde el éxito deriva de servir al prójimo con bienes de mejor calidad a un mejor precio».

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