«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Síndrome de Peter Pan

29 de marzo de 2014

¡Qué afortunados fueron E.M. Foster y Henry James con el tiempo que les tocó vivir y relatar! Esbozando heroínas que languidecían aquejadas del síndrome de Stendhal- ese malestar provocado por una sobredosis de belleza- en la ciudad de los canales.

 Hoy tenemos que conformarnos con describir a una sociedad contagiada por otro síndrome, una desazón provocada por el paso del tiempo y cuyo referente es un duendecillo en babuchas que vuela a Nunca Jamás.

 Por culpa de ese desasosiego, hoy tan extendido, vemos como algo normal que los ejecutivos cuarentones luzcan New Balance y camisetas de Homer Simpson o que padres de familia abandonen a sus hijos y esposas para dedicarse a pinchar en Ibiza. Si es que Kiko Rivera y Fonsi Nieto pueden siquiera calificarse de padres de familia.

 Y es que últimamente hasta se celebran cumpleaños ficticios. La semana pasada fui invitada al 60 aniversario de una elegante dama. El todo Madrid se dio cita para conmemorar tan señalada fecha: champagne, el mejor catering, cuellos de zorro, anillos de brillantes… ¡todo era poco para celebrar a su amiga! El hecho no habría pasado de anécdota si no fuera porque la señora cumplía bastantes años más que la redonda cifra confesada. Al ser preguntada por uno de sus hijos por el motivo de la farsa, la cumpleañera no dudó en contestar con toda naturalidad que cuando conoció a sus amigas, unos años menores, tuvo miedo al rechazo y a no ser aceptada. Y es que lo importante no es serlo sino parecerlo.

 La candidez del argumento trajo a mi memoria a una Leticia Sabater ya cuarentona disfrazada de Eva Nasarre al grito de ¡Súper chachi mega guay! 

Hoy, por desgracia, la presentadora no es una excepción. Es habitual conocer a mujeres que a pesar de sobrepasar los 30 lucen orgullosas iphones plagados de pegatinas de Hello Kitty, o a notarios skater gastando sus horas de comida en el parque de los Cubos. Por no hablar de los miles de treintañeros que continúan pegados a una Play Station mientras se descargan la última entrega de X-Men y se fuman un porro. Sólo les faltan el acné.

 Hasta las abuelas de hoy en día desarrollan tendinitis agudas de tanto darle al Whatsapp. Según dice la biblia de la moda las “it-yayas” son lo último. Son lo más. Una entrañable octogenaria me cuenta que «si no fuera por las arrugas del cuello estaría en perfectas condiciones para vivir un tórrido romance». 

 Son hoy muchas las familias que se plantean una querella por daños y perjuicios contra la Duquesa de Alba. ¡Cuánta incomprensión e intolerancia la de los hijos de Di Stefano!

 Incluso las discusiones matrimoniales de principios de siglo tenían más madurez y empaque, ¿Recuerdan cuando Agatha Christie en venganza contra su marido decidió fingir su propia muerte y desapareció durante más de diez días de la faz de la tierra sin dejar ni rastro? Hoy el único rastro que siguen los esposos tras una pataleta marital es el del vómito que dejó su parienta al llegar de Esnobísimo.

 -“Es que mezclé Vodka con chupitos de Jäger Master”.

 Todo muy lógico.

 Y no es un hecho aislado que Marc Jacobs confiese ser adicto a Bob Esponja o Lapo Elkann considere que pasar de los 30 es “haber ya fracasado en la vida”, abro neveras de cincuentones impenitentes repletas de Donettes, Bollycaos, Petit Suisse y Natillas, protagonizo conversaciones eternas hasta altas horas de la madrugada analizando temas tan profundos como si una amiga “le mola o no” a su compañero de MBA mientras se prepara un Cola-Cao con galletas y es entonces cuando caigo en la cuenta de que la inmadurez hormonal preadolescente se ha apoderado de nuestros padres, abuelos, hermanos y amigos.

Tengo pesadillas con el día en que veamos bajar a Guindos del avión con su osito de peluche a lo Sebastian Flyte.

 Y mientras reflexiono sobre todo ello suenan en mi ipod los éxitos de los 90 de Laura Pausini, busco en Amazon el último libro de la saga Crepúsculo y contesto a una amiga que sintiéndolo mucho no podré acudir a su fiesta de pijamas. ¿Quién nos iba a decir que Anita Obregón acabaría por ser el paradigma de la madurez? Yo por si acaso ya he encargado en la farmacia el Clearasil.

Fondo newsletter