Si más de la mitad de los votantes del partido que detenta la mayoría absoluta en ambas Cámaras nacionales opina que en el país hacen falta nuevas formaciones, lo aconsejable es que su dirección se lance de inmediato a la aplicación de un programa de ambiciosas reformas estructurales
Si el partido del Gobierno pierde la cuarta parte de sus votantes en dos años, lo lógico es que la principal fuerza de la oposición ascienda significativamente. Si el líder de la opción política alternativa a la que está en el poder no cuenta con la aprobación del noventa y cinco por ciento de sus votantes, lo normal es que dicha organización emprenda de inmediato un proceso de renovación de su cúpula.
Si más de la mitad de los votantes del partido que detenta la mayoría absoluta en ambas Cámaras nacionales opina que en el país hacen falta nuevas formaciones, lo aconsejable es que su dirección se lance de inmediato a la aplicación de un programa de ambiciosas reformas estructurales del Estado que despierte de nuevo la esperanza de los ciudadanos y se gane su adhesión. Si en una democracia constitucional bien asentada e intensamente federalizada, el gobierno de uno de los miembros de la federación anuncia y se pone a la tarea de vulnerar gravemente el orden legal vigente, lo esperado es que el Ejecutivo central tome sin dilación las medidas previstas en su Constitución para atajar tales desmanes.
Pues bien, en la España de hoy nada de lo aparece como lógico, normal, aconsejable o esperado se produce, sino que, por el contrario, sucede lo ilógico, anormal, desaconsejable o inesperado. ¿Cómo se entiende que semejante reino del absurdo haya alcanzado este nivel de incongruencia? La explicación es sencilla: su sistema político e institucional se encuentra agotado y carece de la energía necesaria para regenerarse.
Los españoles siguen levantándose por la mañana, yendo a sus trabajos -los afortunados que lo conservan-, educando a sus hijos, sentándose ante el televisor y planificando sus vacaciones -los que todavía se lo pueden permitir-, atónitos ante el espectáculo, pero sin un camino que se les abra para salir del atolladero. En cuanto al Gobierno de la Nación, los de las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos, los órganos constitucionales y reguladores, las universidades, los tribunales de justicia, los cuerpos de seguridad y el estamento militar siguen cumpliendo inercialmente sus funciones.
El Estado en su conjunto se desplaza como un autómata mastodóntico sostenido por su propio impulso con un endeudamiento creciente y alarmante como motor. Obviamente, la estación término de este andar renqueante y sonámbulo es el desmoronamiento y el colapso. Las encuestas, sin embargo, reflejan también de forma reiterada y cada vez más notoria, que la sociedad pide, exige, una gran operación de saneamiento, regeneración y transformación del sistema. Y que esta demanda es ya tan acuciante, tan sentida, que generará de sus mismas entrañas la indispensable respuesta.
Aleix Vidal-Quadras