El golpe no es golpe de una sola sacudida, sino un proceso, otro, y ayer se dio un paso: la investidura.
Tres o cuatro mil artículos derechiles después apelando a la conciencia de los socialistas, todos votaron lo que dijo su dueño.
El cacareado Estado de derecho ya había dado todo lo que era capaz: manifiestos y comunicados. En el mejor de los casos. Algunos ni eso. No es que no quieran, es que no pueden. Citaré a Pascal (espero que sea Pascal): «La justicia sin fuerza es impotencia, la fuerza sin justicia es tiranía».
En no pudiendo hacer de jueces y fiscales, han hecho de ‘integrantes de la cultura’ firmando manifiestos.
Cultura Española es eso que calla mientras se daña a España. Solo Calamaro (hispanoargentino) y Bosé (italoespañol), astrales y de vuelta los dos, libérrimos por célula y gen, han sido capaces de protestar.
De la prensa, mejor no hablar; son, en su calidad de propagandistas gubernamentales unos implacables maltratadores psicológicos. Lo que los antidisturbios de Marlaska hacen con las porras lo hacen ellos con sus micrófonos y sus tertulias y su gran burricie ufana.
Disfrazado de pastorcillo jurídico, el PP también participa del abandono. En el debate, Feijoo no dudó de la legalidad de lo que pasaba, pero sí de su legitimidad. Ya era mucho hacerse el tonto, pero al día siguiente (ayer) dio la mano solemne al investido de manera que, en parte, subsanaba la ilegitimidad. El PP cumple así una doble función: legitimar lo que se haga y despistar y adormecer al pueblo todo lo que pueda, haciéndole sentir incluso que está protestando. Lo harán una vez a la semana, los sábados, con dj, igual que los viejos de mi barrio quedan en el parque a hacer zumba al sol.
Faltaba Europa. El horizonte de nuestra vida española desde hace más de medio siglo. Europa nos salvaría de nosotros mismos, Europa sería árbitro de legalidad, ¡nos saldrían pelillos rubios hasta en la entrepierna!… pero de Europa ha llegado una cartita y las felicitaciones de Charles Michel y Von der Leyen, Consejo y Comisión. Y ninguno de los dos está «deeply concerned» sino que los dos «look forward to».
El Estado de derecho ha demostrado ser un castillo de papel, y estando la Cultura, la Prensa, el PP y Europa en el ajo o in the garlic como dijo ayer un tuitero, queda poco más que el pueblo (y ya después, si acaso, el del Mercadona).
Esta soledad nacional recuerda un episodio histórico que ha contado Pedro Insua en su Cuando España echó a andar. En los prolegómenos de la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), ante el moro, los cruzados traspirenaicos fueron enviados de vuelta a sus lugares de origen y quedaron los que quedaron, soli hispani, solo los españoles.
Predicada por Inocencio III la Santa Cruzada, acudieron a la lucha castellanos, catalanes y aragoneses, las tropas de López de Haro, señor de Vizcaya, los gallegos, portugueses y leoneses y las órdenes venidas de más allá de los pirineos. Pero estas, por problemas varios, se acabaron yendo según nos cuenta Jimenez de Rada: Soli hispani cum paucis ultramontani, solo lucharon los españoles con algunos ultramontanos. De esta forma, por contraste entre los que se quedaban a reconquistar y los que no, se definía lo español como envolvente ibérica y singularidad innegable ya en el siglo XIII.
Pero es la soledad lo que mueve el recuerdo. Españoles solos, solo los españoles para luchar, entonces como ahora, por la salus Hispaniae, la salvación de España.