Mazón dio una rueda de prensa, la comparecencia de un cadáver político. Solo hace falta ver el miedo con el que se dirige al gobierno: gracias presidente, gracias ministro, gracias, gracias por todo… Se vengó convocando a los ministros a la crisis como un seleccionador. El Estado Autonómico, que asombró al mundo, se hace filigrana con esta locura absoluta de gestión.
Con Mazón acaba un mito. Suponemos que nadie volverá a decir muy alto que el PP es el partido de la gestión, y eso tiene Mazón de relativa novedad, aunque con su pavor al gobierno y con su desconcierto reproduce sensaciones antiguas, aquella tribulación del PP cuando el Prestige y la crisis del 11-M.
Porque la izquierda es más o menos la misma. Es lamentable volver a hablar de derechas e izquierdas, separar las cosas en tirios y troyanos, pero son los filtros instalados, las formas de pensar. La energía del sistema circula entre esas polaridades.
Los mismos que orquestaron la desinformación en los días del 11-M son los que se apresuraban estos días a explicarnos que la AEMET hizo su trabajo a la perfección. Sería compatible que no fuera exactamente a la perfección y que la gestión de la Generalitat fuera además una calamidad, pero esta vez las capas de calzoncillos existen: un mensaje con alerta roja a primera hora de la mañana.
Estos extremos se irán aclarando, pero Mazón, puesto a fuego muy lento, está sentenciado desde todos los puntos de vista. ¿Qué puede liderar? Hasta la prensa internacional ha bajado el pulgar. Y cuando su administración establece restricciones al voluntariado, al ir y venir de personas —todo tiene un aire de romería filantrópica que no debe de ser muy manejable– se interpreta como algo perverso. Quizás solo sea una última y melancólica aspiración a la eficacia. Cuando los voluntarios recogen el barro, por ejemplo, lo echan en las alcantarillas, y eso entorpece más que ayuda. Volvemos a lo de siempre: hacen falta máquinas, y han de poder moverse por calles poco practicables.
La administración valenciana ha de liderar en la persona de Mazón un inaudito experimento de gestión de crisis para el que es muy improbable que esté preparada. Y ni siquiera hablamos de lo técnico. No tiene ni la capacidad de emitir una información firme en la incertidumbre.
El consiguiente lema Sols el poble salva al poble ha originado una gran corriente popular y es fácil componer el relato de pueblo abandonado por el gobernante, pero ese relato se hace desde Madrid y también desde Valencia, incluso, y sobre todo, desde la Valencia de Compromís. No sabemos cuántos muertos hay (va a ser escalofriante lo que salga del parking del centro comercial Bonaire) y ya se ha convocado una manifestación para pedir la dimisión de Mazón. «Asociaciones cívicas» la organizan, pero conviene leer siempre la letra pequeña. Son asociaciones de índole separatista (Plataforma para el derecho a decidir del País Valenciano, sin ir más lejos). El separatismo catalán se vuelca en Valencia y hasta la Orriols, el nuevo fenómeno del supremacismo, demuestra un súbito interés por los castellanoparlantes valencianos. La narrativa es que el Estado español («Estado fallido») ha abandonado a los valencianos y… sols el poble salva al poble.
Mazón está amortizado, pero con muchos cuerpos aun por encontrar, la izquierda valenciana ya se ha abrazado al separatismo no para que se vaya Mazón, que ya fue, Mazón ya fue, sino para que la derecha no vuelva a gobernar nunca en Valencia. Así hubiera sido de no aparecer Vox… Por supuesto, no están dispuestos a que se repita y el separatismo, que siempre quiso «navarrizar» Valencia, no debería ser menospreciado ni siquiera en un momento así; especialmente en un momento así: son capaces de renunciar a una inversión en Valencia para que se la lleve Barcelona, y en el Covid llegaron a fantasear con un apartheid vírico para madrileños. Su mercancía la cuelan de matute, debidamente blanqueada, por las teles del duopolio.
Sería muy bonito hablar de una España unida frente al desastre, el horror y la mala gestión, pero no es así. Eviten en lo posible las fantasías de un pueblo unido que se levanta «contra el francés». El «pueblo» de la izquierda no es la «nación» de la derecha y aun menos lo es el «poble».
La izquierda, que es siempre ya izquierda más separatistas antiespañoles, hace imposible cualquier salida unitaria; deberíamos saber por pasadas experiencias que las crisis las aprovechan como se aprovecha el cerdo en la matanza. El mismo martes por la noche ya se hacía en Valencia política sectaria y el miércoles, en televisiones de Madrid, se responsabilizaba de las muertes a los «negacionistas del clima». La dana valenciana es el escapismo federal del gobierno (golpismo del no-ejército), es el cambio climático como nueva religión totalitaria (los negacionistas tendrán tratamiento intelectual de terroristas), y es también esa subtrama valenciana donde las cosas, en el caos, se parecen bastante a lo que siempre han sido y donde es difícil ver alguna salida edificante al horror y la oscuridad de estos días.