He titulado esta columna en catalán para anunciar el nacimiento en Cataluña de una iniciativa civil que se llama así, Estamos a tiempo. Esta magnífica aventura intelectual y social viene a llenar un hueco en el panorama público del Principado, que desde que comenzó la ofensiva particularista del pujolismo hace ahora tres décadas nadie ha sabido llenar, excepción hecha del meritorio intento del equipo que dirigió el PP de Cataluña en la primera mitad de los noventa del siglo pasado, abortado por su cúpula nacional desde Madrid en una de las operaciones más miopes que se recuerdan por parte del centro-derecha en nuestro país y de la que este partido aún no se ha repuesto. He leído el manifiesto fundacional de Som a Temps y he quedado maravillado de la lucidez, del rigor histórico, de la claridad conceptual y de la belleza y riqueza del catalán en el que está escrito, que ya quisieran para sí bastantes nacionalistas que proceden a la destrucción inmisericorde de la hermosa lengua de Verdaguer, de Maragall, de Espriu y de Pla cada vez que abren su pecadora boca o empuñan su mendaz pluma. La tesis central de este imprescindible documento no es nueva, pero aparece reformulada por sus redactores con extraordinaria fuerza argumental: entre los separatistas mesetarios y los separadores con barretina, el camino seguro lo proporciona la noción de España como Nación Política, compuesta por diversas culturas, lenguas e identidades, integradas todas ellas con el transcurrir de los siglos en una amplia matriz hispánica, garantía actual de nuestras libertades y nuestros derechos y vehículo poderoso para circular por el mundo. La grandeza y la altura de este enfoque hace aparecer a los secesionistas como aldeanos mentales, manipuladores del odio y falsificadores del pasado con el execrable fin de destruir el presente y de ensombrecer el futuro. Esta corriente de pensamiento, a la vez profundamente catalana, cálidamente española y atractivamente universal, contiene la base doctrinal de la posible y deseable reacción de una sociedad prisionera de un nacionalismo trufado de rencores absurdos y de reivindicaciones inútiles. La construcción de un proyecto político apoyado en la frustración y en la exacerbación de la diferencia sólo conduce, como la experiencia está demostrando sobradamente, al empobrecimiento material y moral y al fracaso estrepitoso, por no mencionar un peligro todavía mayor, el de hacer el ridículo. Como señala oportunamente Som a Temps, la Cataluña y la España de 2013 no son las de hace cien años, por lo que la agitación de espectros polvorientos para resucitar polémicas anacrónicas aparece con el acartonamiento impostado de los actores mediocres.