Venía en El País hace unos días una entrevista con un psicólogo, especializado en trauma infantil, sobre la forma en que los padres han de tratar el hecho de los Reyes Magos y su desvelamiento. ¿Es bueno fomentar la magia? ¿Conviene tener, llegado el momento, una conversación? Opinaba que sí. Que los padres deben prolongar la magia y luego, al llegar lo inevitable, afrontar el asunto, evitando en lo posible lo de Trump con aquel niño: «¿Crees aun en Santa Claus? Porque a los 7 años es ‘marginal’…».
¿Cómo desaparece la magia de los Reyes Magos? Un poco como la otra: por desgaste, poco a poco, hasta que un día, sin expresar nada, padres e hijos saben que el otro sabe que los otros saben.
El desencantamiento infantil sería como una canción de desamor de Rocío Jurado, algo que sencillamente pasa –porque siempre pasa– de un modo natural.
El experto mencionaba una estrategia intermedia que consiste en convertir a los padres en ayudantes de los Reyes, en pajes. Es, digamos, la falacia logística. Esto compone un acuerdo entre magia y realidad. Si ven al padre colocando el Barco Pirata de Playmobil (la ballena blanca de mis reyes infantiles), no necesariamente debe desmoronarse la ‘cosmovisión’. Podría estar actuando por delegación…
La figura del padre-paje es una forma de estirar el chicle mágico. Otra es el elfo, la aparición del elfo. Ya hace unos años, El Corte Inglés sacó una campaña con una pegadiza canción que se titulaba así, «Mi padre es un elfo». Ahora se extiende una nueva moda que consiste en la llegada del elfo al hogar. A principios de diciembre, en las casas aparecen muñequitos-elfo haciendo trastadas: se comen los chocolates, escapan por la ventana, abren el tubo de pasta de dientes… Estos pequeños seres navideños recuerdan al Ratoncito Pérez y su misterioso rastro, pero con la diferencia de que ellos sí se dejan ver.
El elfo actúa como antecedente navideño, va preparando al niño y ayuda al padre en tanto creador de contenidos. Los elfos son ayudantes de Santa Claus, unos emisarios, una simpática avanzadilla.
Este elfo no sería el de Harry Potter sino el de la película Elfo de Will Ferrell; la cultura élfica en su versión más navideña para prolongar el encantamiento, reforzar los contrafuertes de la magia.
Santa o Papa Noel, los elfos, los Reyes, los pajes, los papás-pajes, las cabalgatas con Baltasar certificado… todos son elementos mágicos ante una amenaza que ya no es el triste realismo que brota en el niño o ese amigo precoz que todo lo explica… el enemigo ahora es otro.
Hace unos días, reparé en un hombre que con aire atareado, parado en el portal de una finca, llevaba un saco enorme del que sacaba paquetes uno detrás de otro. Era profundamente navideño, aunque sin regocijo. Le faltaba decir «jo, jo, jo», pero solo era un repartidor.
Durante el último mes, las casas españolas son un entrar y salir de señores con paquetes que seguro están despertando sospechas entre los niños más observadores.
Amazon ayuda mucho en la consecución del regalo, pero a cambio de un alto riesgo: la trastienda de la magia se ve demasiado. ¿Quiénes son esos señores que con aire urgente entran y salen con cajas? ¿Y qué habrá en esas cajas…?
Ante el niño preguntón, una salida podría ser considerarlos elfos. Ayudantes de la magia que semanas antes distribuyen los regalos. Cuando toquen el timbre, solo habrá que fingir un poco:
-Hola, señor elfo. Sí, es aquí. Muchas gracias, señor elfo. ¡Buen viaje de vuelta a Laponia!
Y aguantar la cara que nos pone el señor elfo.