«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Soraya, entre Rosie Ryan e Iznogud

4 de noviembre de 2014

Hace años que escribo yo, con malicia ingenua, que Soraya me recordaba al visir Iznogud, el que quería ser califa en lugar del califaen los cómics siempre geniales de Goscinny. La ingenuidad mía era fruto de un error de juicio sobre el califato, que lo creía yo algo más asentado y prudente, pensando que lo del puro y el Marca era una simple caricatura. Me equivocaba, en fin, porque Mariano se revela cada día más como ese dirigente cansado y fatalista, indolente e incapaz siquiera de imaginar la tormenta perfecta que le espera al final de su legislatura, como una flota de Prestiges agazapados en la ría. Lo que no sabemos es síSoraya Iznogud estáfrotándose las manos viendo como sus estrategias de salón van dando resultado, o si ya empieza a darse cuenta de que, cuando colme su ambición, el cuento dejaráde tener tanta gracia. Es el tributo que hay que pagar por ver cumplidos nuestros sueños.

Poco después del aquelarre naïf del 68, cuando medio mundo empezaba a exaltar la adolescencia como un valor -el acné como una virtud-, David Lean filmó La hija de Ryan, una película reaccionaria donde -al contrario de lo que vendía la cocacola y la intelectualidad- los sueños juveniles no eran el pasaporte a un mundo feliz, ni todo el universo se explicaba conforme a los deseos propios. Un sacerdote irlandés se lo recuerda a Rosie, jovencita pizpireta, consentida y mimada por su dinero y su belleza, convencida de que el pueblo entero habrá de rendirse a sus encantos. Rosie, no alimentes tus deseos. Sé que no puedes evitar tenerlos, pero no los alimentes, o te aseguro, ¡como hay Dios!, que algún día encontrarás lo que deseas. Pero ni caso al sacerdote, ni a David Lean, ni al sentido común. La vicepresidenta ensancha sus ambiciones sin medida, empeñada en rebasar el evidente tope de su propia incompetencia. Revestirse de tecnocracia en tiempos convulsos es como pretender mantener la decencia jugando a la pirámide del amor.

 

Lo sabe bien el brujo de Arriola, que ha logrado convencer al PP de que son incapaces de ganar unas elecciones, y que todo el poder que acumulan es sólo porque el PSOE se lo ha prestado por incomparecencia. El sociólogo izquierdoso, en su papel de Saruman, se ha dedicado durante años en ir disolviendo los principios de los populares hasta convertirlos en multicolores. Pero, a la vez, se le ha ido la mano creando un ejército de orcos con coletas, apoyado a su vez por empresarios troskistas de comunicación y dinero venezolano e iraní. En este escenario tolkeniano -por el lado de Mordor- contemplar las pequeñas intrigas de Soraya y sus secuaces -algunos aficionados en exceso a los reconstituyentes químicos-, es lo más parecido a ver cómo se proponen sanciones administrativas para los que participen en revoluciones o en cargas de caballería. En eso estamos.

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