«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Sustitución demográfica y algo más

16 de mayo de 2025

Mientras el serial de revelaciones periodísticas anuncia «para mañana» el fin del Sanchismo, el Sanchismo presentaba en Cataluña el Pacte Nacional per la Llengua.

Lo presentó Illa, al que ustedes sin duda conocerán por su papel en el Covid, y al acto acudió Jordi Pujol, lo que nos recuerda el efecto que la corrupción tiene en España y sus instituciones.

El pacto es un acuerdo entre el PSOE y ERC y lo suscriben las asociaciones de la «societat civil», las del procés. No están los otros separatistas porque les parece poco.

Cataluña es uno de los lugares del mundo con más alta inmigración. Uno de cada cuatro habitantes ya es foráneo y entre los 25 y 40 años, la mitad tiene origen extranjero. Además, hay una gran población flotante por el importante peso que tiene el turismo.

Esta es la realidad catalana tras el procés, ante el eterno proyecto de la normalización lingüística, pues el catalán siempre está amenazado, minorizado, moribundo, lengua lince que hay que proteger a cualquier precio o incluso ilegalmente porque en ella vive el Espíritu de un Pueblo.

La izquierda española, sobre todo el extraordinariamente lesivo diario El País, ha decidido excluir esto del «fascismo» por intereses económicos y por una alianza de largo aliento, la misma que llevó a los catalanistas a darse la mano con el progresismo. Contra España cabían todas las formas de corrosión y transformación social. Pujol tuvo muchos hijos, pero los catalanes no, y ahora la realidad es que sólo en Malta tienen peor natalidad. No sabemos lo comprometidos que están allí con la salvación del maltés, pero en Cataluña renunciaron a salvar una lengua por el método tradicional de tener hijos y hablarles en ella, e inventaron otro: que sean los hijos de los demás quienes la aprendan, y así normalizaron a los castellanohablantes incumpliendo sistemáticamente la Constitución. Como a modernos y europeos no les iba a ganar nadie, también han sido los primeros en inmigración y ahora el problema retorna igual pero distinto, igual pero más fuerte: tendrán que ser los inmigrantes de fuera de España los que aprendan catalán.

Ahí incide el Pacte, que es la forma de casar el dogma del nacionalismo catalán con el inmigracionismo progresista. El Plan es un pequeñito Procés, otra hoja de ruta: que en 2030 haya 600.000 nuevos catalanoparlantes. Se trata de que el catalán crezca más rápido de lo que crece la inmigración. Es como si pusieran a correr a sus dos caballos preferidos.

Para eso destinarán unos 1.200 millones de euros (200 por año) que por supuesto no serán suficientes. Lo interesante será el atornillamiento de ciertos ámbitos. Ah, pero ¿queda alguno por estrangular? Lo público ya no, solo resquicios. Como los catalanes no estudian la carrera de medicina lo suficiente o, mejor, la estudian pero prefieren irse fuera porque pagan más, el 70% del personal sanitario que llega es español o extranjero y no habla catalán. Es intolerable ir al médico y que a uno le pregunten «dónde le duele a usted». Les hace revivir lo peor del franquismo.

También les preocupa la justicia. Aún queda algún funcionario en tan delicadísima área que no ha sentido los incentivos suficientes. Son dos ámbitos muy sensibles y luego está, por supuesto, el ámbito privado. Los inmigrantes se integran en un trabajo, y es allí donde aprenden la lengua necesaria. Es la clave. Porque si no, solo les queda confiar en que Mohamed llegue a casa y se ponga la TV3. Incluso si usted es africano y no sabe español, ¿aprendería catalán? Hay que «incentivarlo». Así que tocará convertirlo en obligatorio. Regular más firmemente las relaciones lingüísticas en el trabajo.

Y queda, por supuesto, la escuela. Sólo en Ucrania se vigila la lengua en el patio del colegio, pero en Cataluña se están dando cuenta de que eso no es bastante. También hay aquí colisiones con la modernidad. La pedagogía horizontal en boga no es lo suficientemente estricta, y las tecnologías tampoco son lo suficientemente catalanas.

Hay quien piensa que todas estas cosas no podrán dañar al español, lengua fuerte en el mundo. Tienen razón. Pero esa no es la cuestión. Dañan a España y a los españoles.

En España se vive ya una «sustitución demográfica» como la europea, pero además se asiste a otra cosa: el sostenido e hispanófobo intento de borrar una cultura. Algo parecido a un etnocidio. Perpetrado por chapuceros, golfos y corruptos, pero etnocidio, y sufragado para colmo con nuestros impuestos.

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