En este agosto nos vamos entreteniendo con el último barómetro (¿a quién se le habrá ocurrido el nombrecito?) del CIS correspondiente al mes de julio, cuyos datos más llamativos, siempre en el supuesto de que hubiera elecciones generales ahora mismo, son éstos: 1, PP y PSOE siguen bajando en intención de voto, pero la distancia entre ambos se amplía; o sea, que el PP baja y el PSOE se desploma. 2, los dos únicos partidos que crecen en intención de voto son Esquerra Republicana y Podemos –este último, en relación con las europeas-; ERC estaría por delante de CiU, y Podemos es el segundo en intención directa de voto (aunque en voto+simpatía el PSOE sigue segundo), y adelanta a IU, a UPyD y a Ciudadanos, situándose como tercer partido parlamentario. 3, en cuanto a la valoración de los líderes, no hay uno solo que saque un aprobado entre 0 y 10.
La reacción de los partidos ha sido relativizar el sondeo, pues ahora no va a haber elecciones, y nadie en el mundo conoce el futuro; además, se hizo antes de la aparición de Pedro Sánchez al frente del PSOE. Todo esto es cierto, y añadiré que difícilmente se puede tomar en serio un sondeo en el que el político más valorado por los españoles es Uxué Barcos, cuyo conocimiento por el español medio de a pie roza el cero.
Pero hechas todas estas salvedades, lo que me parece que sí merece ser tomado en serio es la tendencia a debilitar el mecanismo bipartidista y la constatación de que el voto de los electores españoles probablemente estará fuertemente condicionado por los espasmos emocionales: en efecto, sólo así puede explicarse el ascenso de un partido como Podemos, del que sólo se conoce un discurso totalitario, disfrazado de populista y demagógico de trazo grueso que, en cuanto se rasca un poco, se revela como una aventura de corte entre bolivariano y castrista. Con una munición basada en algunos hechos ciertos -la corrupción político-económica, el duopolio de los dos grandes partidos, la crisis-, Podemos hace una oferta que inexorablemente conduciría a un totalitarismo bananero y a una ruina aún peor que la producida por la crisis, si ese partido llegase al poder alguna vez.
Pero ya dejó dicho Karl Popper que las elecciones no están diseñadas para elegir al mejor, sino para someter a los gobernantes a un examen periódico que sirva para poder echar al que lo haga mal. Tanto PP como PSOE han de ser conscientes de que se han ganado a pulso el rechazo del público, lo que no les importaba gran cosa mientras no existiera una alternativa viable. Pero ahora el fenómeno de los bolivarianos castristas, hábilmente vendido a un electorado irritado, puede ser una amenaza verdadera.