«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Tamames, Baroja y yo

14 de marzo de 2023

Ayer, lunes 13, supe, antes del desayuno, tras echar un distraído vistazo a la prensa, que por fin se sabía ya la fecha prevista para la moción de censura. O, mejor dicho, las fechas, porque entre discursos, réplica y contrarréplicas durará dos días. Un palizón. 

La prensa, digo… No me enteré por el Boletín Oficial del Estado, que jamás en mi vida he leído, pues no se vende, que yo sepa, en los quioscos ni, por otra parte, me interesan lo más mínimo las disposiciones que en él, autoritaria y burocráticamente, aparecen, sino por un diario que, a su vez, se hacía eco de lo que otro diario, oficialista, anunciaba. De oca en oca… Cosas de España, en la que hay, por si los rumores, los chismes, las noticias y las fake news fuesen pocos, las filtraciones distribuidas más a siniestro que a diestro a modo de alpiste y, a veces, de despiste. Pero en fin: démoslo por bueno.

¡Plan, rataplán! Los días 21 y 22 de los corrientes, y ya mareada a fondo y faisandée, como mandan los cánones de Lúculo y de la gastronomía francesa, la perdiz, asistiremos a ese momento cumbre de la esgrima parlamentaria que son las mociones de censura, tan escasas ellas y siempre tan problemáticas, incluso cuando no anda de por medio el inefable Rajoy. 

Quizá entonces, y sólo entonces, dejen los columnistas, los periodistas, los politólogos, los tertulianos, sus Señorías, los líderes  y los portavoces de los partidos de decir tonterías carentes de fundamento a cuento de algo de lo que nada saben. Pocas veces en mi vida, que es ya muy larga, han llegado a mis ojos ni a mis oídos tantas y tan mayúsculas bobadas. Excluyo de tan contundente acusación a la cúpula de Vox y al propio Tamames, pues sólo ellos (y yo, de costadillo), estaban al tanto de lo que se cocía discretamente entre las bambalinas del proyecto de moción.

Ésta, casi ofensivo, por ocioso, es recordarlo, lo es de censura –de censura, ¡coño!–, o sea, de crítica al Gobierno con miras a hacerlo caer, y eso es lo que habrá, seguro, en el discurso de Abascal. Y punto.

Cierto es que nuestra Constitución exige que las iniciativas de tal índole, a diferencia de lo que ocurre, según creo, en otras constituciones y sistemas parlamentarios, discurran acompañadas por la presentación de un candidato a la presidencia del Gobierno, pero eso en este caso entraña el compromiso, previamente pactado y aceptado por las dos partes implicadas, de que la única función del candidato en cuestión, si sale elegido, lo que es no ya improbable, sino imposible, será la de dar por terminada de inmediato la legislatura y la de llamar con urgencia a las urnas a los gobernados. Y punto, una vez más. Su faena, para decirlo en términos taurinos, será de aliño y estoconazo, con o sin orejas y vítores o rechiflas en los escaños.

Y si después de ella, y a impulsos de su discurso, que lo será, cierto, de Gobierno e incluso de Estado, aunque a título teórico, por no decir platónico, mi muy antiguo y querido amigo Ramón Tamames quiere presentarse a las nuevas elecciones, ya sea como independiente, ya con el apoyo de Vox o de otros partidos, suya y sólo suya, y de ellos, será la decisión de hacerlo.

Mientras escribo esta columna suena y grazna mi baqueteado Nokia, tan vetusto, el pobre, como Tamames y como yo, pero tan vivo y tan alerta como los dos lo estamos. Son los de la canallesca. Así la llamábamos los «jaraneros y alborotadores» antifranquistas (Franco dixit) cuando nosotros, los de entonces, recogiendo el testigo del 98 y pasándolo a los del 78, íbamos a la cárcel. Les digo que sí, que sí, que he leído la penúltima versión de los discursos –la última, como es lógico, está por llegar–, pero que no sean pesados, pues no voy a soltar prenda. 

Ni prenda, ni opinión. Yo, de política, sé muy poco, y lo poco que sé es tan movedizo como las arenas de las novelas de aventuras que leía en mi infancia. Tamames y yo íbamos de vez en cuando, con otros amigos, a la tertulia abierta que a partir de las seis o siete de la tarde mantenía don Pío Baroja, ya algo cascadito, en su domicilio madrileño de la calle de Ruiz de Alarcón. Alrededor de veinte años después  incluí en el frontispicio de mi Historia mágica de España, y por algo sería, una cita del egregio novelista. 

Era ésta: «Yo tampoco tengo ideas muy acordes ‒repuso Larrañaga‒; en política, por mis extremos, me siento anarquista y monárquico, y en religión, ateo y católico» (La feria de las vanidades).

Yo también; Ramón, no sé.

Pero sí sé que, de ser yo diputado, por ejemplo del PP, votaría a favor de la moción. No se equivoque, señor Feijoo. Abstenerse tendrá un costo. Lo que sus electores quieren es derribar a Sánchez. Luego ya se verá.

.
Fondo newsletter