«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Tamames y la edad

10 de febrero de 2023

Durante los últimos días, ha salido a la luz el nombre de Ramón Tamames como posible candidato en la moción de censura anunciada por VOX contra el Gobierno de Pedro Sánchez. A pesar de que la elección no se ha hecho oficial, las reacciones no se han hecho esperar.

He oído recordar maliciosamente que estamos en época de «carnaval» y he leído calificar la designación del afamado economista como candidato a la moción de «esperpéntica». Más allá de la sorpresa que para algunos supone que el otrora militante comunista «empañe» su respetable carrera juntándose con la «ultraderecha», y del argumentario que Génova 13 ha esparcido por las tertulias y redacciones sobre la inutilidad de la moción porque «no dan los números» ―me pregunto por qué no se fueron a su casa el mismo día de la investidura―, sobresale el verdadero escollo para muchos: la edad. Y es que Tamames posee la «maldición» de contar con 89 primaveras a sus espaldas.

La pasada semana, el expresidente del Gobierno José María Aznar confirmó mis sospechas. «Es una persona de larga trayectoria, es muy inteligente, pero tiene 90 años», dijo en una conferencia. «España no está para este tipo de cosas, tenemos que tomarnos el país en serio», añadió el ídolo por antonomasia de la derecha boomer española.

El desprecio de Aznar a la edad del posible candidato de la moción, hasta el punto de verlo como una ocurrencia de gente que no se toma España «en serio» ―me pregunto si él hizo lo propio cuando fue presidente―, es un perfecto ejemplo del menosprecio generalizado que se desprende en Occidente hacia la última etapa de la vida: la vejez.

Durante los últimos decenios, a la par que se ha ido exaltando la juventud –idolatría que cuajó su consagración en el Mayo del 68–, se ha ido relegando la vejez hasta el punto de tratar de extirparla de la sociedad. Desterramos a nuestros mayores en residencias –cómo olvidar a los miles que murieron abandonados como perros durante 2020– delegando en el Estado o en frías empresas su cuidado; les tratamos como cargas pesadas que estorban. La vejez es un tabú que extirpar de la vida pública. Para que dejen de molestar les hemos regalado la eutanasia, para que mueran «dignamente».

La ancianidad, si bien adolece del vigor que sí posee la juventud, lleva aparejada una larga experiencia y una perspectiva vital de la que carece la lozanía; quizá sea más propicia, de hecho, para la política. No en vano, una de las principales y más antiguas instituciones políticas, el senado, debe su nombre a la vejez, precisamente porque se la consideraba sinónimo de sabiduría y de juicio.

Por tanto, la generación de lo inmediato, del ruido y del smartphone, de las redes sociales y wikipedia; la generación que no tiene hijos y mira la vida y forja sus relaciones a través de la pantalla, se alimenta y liga a golpe de clic, quizá deba aprender de los que conocieron la vida a través de los libros y las raíces, de los que se nutrieron en conversaciones de sobremesa y no en grupos de whatsapp, de los que vieron surgir y caer mitos, los que cayeron en la ceguera ideológica para luego recobrar la vista.

Apostar por la vejez, señor Aznar, es, en fin, tomarse las cosas en serio.

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