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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Teatro, comunicación y política

24 de agosto de 2016

Resulta interesante estudiar la relación que existe entre el llamado “interés público” los medios de comunicación y la escenificación de la temática que rige los informativos así como su contenido. No es fácil desenredar esa madeja ya que parece que lo que existe es lo que circula por los medios, en función del denominado interés público, y no se sabe bien si son el tema y el público quienes condicionan el contenido de los medios o es al revés como mucho nos tememos…

Es decir las cadenas de comunicación y los intérpretes que detentan el protagonismo de los mismos, más que seguir lo que sería la lógica informativa siguen criterios ideológicos o políticos, según el poder fáctico que controla esos medios, poniendo y resaltando únicamente aquello que les interesa y desde la óptica deseada. Este fenómeno que se agudiza a medida que los costes de la comunicación ascienden de una manera exponencial a nivel mundial, hace que únicamente alcance al público aquella visión de la realidad social y política que interesa a los diversos y más poderosos “lobbies” o grupos de presión.

Es evidente que dichos grupos pertenecen a grupos con ideologías o posturas políticas con intereses evidentes, disfrazados de objetividad, regeneracionismo, o “buenismo”, persiguen sus objetivos, cosa por otra parte perfectamente lógica ya que si se juegan su dinero y su esfuerzo no es para favorecer a opiniones contrarias, aunque estas sean objetivamente más justas y lógicas que las suyas.

Este problema tiene especial relevancia en el caso del modelo de democracia que se ha escogido, en que prácticamente el único factor determinante a la hora de asaltar el poder es el número de votos favorables de una mayoría  que se define por el teórico principio de “un hombre un voto”. Es por ello evidente que quien mayor control tenga a través de los medios de opinión sobre esa mayoría, fácilmente influenciable, mediante promesas y dádivas, rencores y simpatías, será quien ejerza el poder, para bien o para desgracia de esa misma mayoría.

Estos argumentos son tan evidentes y recurrentes que produce hasta vergüenza el repetirlos, sin embargo debemos volver a plantear el problema pues a diario vemos como tal obviedad es ignorada por las clases rectoras de nuestra sociedad. Todo sistema, independientemente de si se trata de uno monárquico, teóricamente aristocrático o democrático, en la práctica se traduce en un juego de oligarquías, ya que ni uno solo, ni todos juntos pueden gobernar y al final, son unas minorías las que se encargan de conducir a los pueblos en la dirección que estiman conveniente  a sus intereses ideales y personales.

Tal dominio de los medios hace que se planteen cuestiones en la dialéctica ciudadana de todo punto absurdas, sin que a nadie le salgan los colores. Por ejemplo: ¿Cómo se puede estar hablando de un pacto contra la corrupción y perder horas hablando de esa cuestión? ¿Es que acaso estaba o está permitida, es que no existe un código penal que prohíbe robar? ¿Es que ahora también vamos a tener que vetar los asesinatos como medio de acceso al poder? Si se ha utilizado el cargo público en beneficio propio, o ilícitamente del partido, existen múltiples figuras  tipificadas en los distintos códigos desde hace años o siglos, ¿a que viene esta escenificación de rectitud moral?

Resulta cuanto menos una farsa ¡Para tapar qué! en el fondo para entretener al público, de eso se encargan los medios afines mientras sus actores se rasgan públicamente las vestiduras, cuando se sabe que dicha corrupción ha existido, existe y existirá, pues forma parte de la naturaleza humana y es condición imprescindible para alimentar el modelo de partidos español.   Lo único que hay que hacer es castigarla y si no se ha hecho, o se hace, es porque dicha corrupción encierra otros supuestos sin los cuales los partidos políticos no podrían sobrevivir económicamente en su forma actual, y menos aún  con la pléyade de gobiernos autonómicos, mini estados,  que se han montado.

Otro tema hoy muy presente en todos los medios, acaparando todos los comentarios y discursos sin fin,  como si fuera lo más importante: ¿Habrá o no un presidente del gobierno? ¿Tendremos investidura?  No cabe duda de que sea una decisión importante, el que se designe a un presidente, sobre todo para el que salga elegido, si bien la clave de ese presidente es si podrá gobernar, lo del nombramiento es lo de menos si a continuación carece de la mayoría suficiente para gobernar… Cada x meses podríamos tener una moción de censura o de confianza que provoquen la caída del gobierno una parálisis legislativa y de gobierno. Un desconcierto político de consecuencias bien conocidas, tanto en nuestro país como entre algunos de nuestros vecinos en el pasado, lo que si sabemos, si la historia se repitiera, aunque no lo fuera literalmente, es como acaban dichas situaciones…

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