La polémica con la tilde de «solo» quizás haya producido resultados desiguales y contradictorios. Se supone que ha sido una defensa de la tilde, un intento organizado por restablecerla y justificarla, pero por algunos se siente como una batalla perdida; ridícula primero, excesivamente puntillosa después y paradójica al final en sus resultados.
Perdone el lector aquí la bajada al yo: servidor era un moderado defensor de la tilde hasta esta misma semana en la que la desafección ha sido total. La defensa que de ese signo ortográfico ha hecho Pérez Reverte me ha alejado de la tilde más que acercarme. En esto no hay pose de finura o desdén ante el ‘autor exitoso y popular’ sino un convencimiento muy profundo de que, viendo a sus defensores, mi bando era el equivocado.
Para empezar, el triunfo es pírrico, en el sentido impreciso y equivocado que se le da en el fútbol: la RAE ha reconocido un uso posible para esa tilde en «sólo», pero para esa victoria la tilde ha perdido su prestigio, su verdad, su romanticismo y hasta su simpatía. Lo ha perdido casi todo. Esa tilde se ha convertido en la palanquita, la pestañita para accionar otras cosas.
Una, por ejemplo, es la apertura de una ventana al subjetivismo del que escribe. Es una regla que queda al sujeto y que introduce ambigüedad justo para evitarla. En el registro escrito, se puede evitar la ambigüedad de una forma más profunda y correcta: sintáctica, gramatical. Pero esa tilde va a quedar como recurso del estructuralmente ambiguo. Va a quedar como aliada enfática de la falsa precisión del lenguaje más chato y forense. ¡Pero es que eso le encanta a Pérez Reverte! Obsérvese este párrafo suyo; cómo, precisamente, se mata toda ambigüedad, aire, misterio, posibilidad e imaginación repitiendo el Falcó revertiano lo que le pide la mujer:
«Falcó se arrodilló y le introdujo los dedos en el sexo. Ella sonreía.
-Dime puta.
-Puta
Se intensificó la sonrisa obscena.
-Ahora dime puerca.
-Puerca.»
¿No hubiera sido mejor no saber del todo si decía o no decía la palabra? ¿No hubiera sido mejor un poco de indeterminación?
La tilde de solo se convierte en el signo de puntuación de los puntillosos. Había un grupo de música que se llamaba «Solo los solo». ¿Era necesario ponerles la tilde para matar los sentidos posibles? Eso es esa tilde de repente, un signo cursi, antiliterario, una nota que recarga la partitura, un dirigismo excesivo (Dime puta. «Puta»).
Pero es que la pobre tilde a la que han matado de cariño ha sido también la excusa para la trifulca docta de la RAE y, más concretamente, para que Pérez Reverte abandere la posición preeminente de los escritores frente a los lingüistas. El resultado también es muy paradójico. El escritor no influye así en la lengua con su obra, como pensaría cualquiera, sino desde la academia. Es como académico que el escritor, mandando en la institución, puede influir. Pero entonces no es un escritor sino un académico-escritor y ¿cómo se hace una académico? Pérez Reverte cita a Cela o Vargas Llosa, pero ¿su dominio del lenguaje es el de Cela? ¿De dónde saca Pérez Reverte su autoridad? Pese a la prensa rendida y ditirámbica, hay un consenso en que es el éxito de ventas de Pérez Reverte lo que explica su posición.
Por tanto, un escritor popular, del vulgo, vulgar, que no influye en el lenguaje se hace o le hacen académico y es así, ya como académico, como lo consigue. No influye como autor popular, sino que como autor popular se hace ‘escritor consagrado’ y entonces, cual Cela, quiere dictar la regla. Pero esto es un falso populismo. Es el populismo siempre parcial, invertido y equivocado de este autor, cuyos personajes son de un gran casticismo puesto al servicio de un juicio de inspiración políticamente correcta y afrancesada («España se equivocó de Dios en Trento»). ¡Un agobiante españolismo luego no español del todo!
¿No es eso lo que vivimos constantemente? ¿Qué culpa tiene la pobre tilde para hacerla signo de eso?
Pérez pide la autoridad de Cela pero la pide en tanto académico-popular, ¡qué cosa tan rara y a la vez tan estupenda! El populismo academicista y, por tanto, elitista de Pérez Reverte es la gran desviación del sano y recto populismo y la tilde, otra vez la pobre tilde, se ha convertido en pestañita, teclita, púa del laúd más contradictorio…
La tilde de solo defendida bravamente por Pérez Reverte, al que se le reconoce el esfuerzo, ha perdido, con ello, algo de su vieja integridad ortográfica y su prestigio normativo. De ser algo clásico y obedecible ha pasado a convertirse, con esa falsa victoria, en una modernidad subjetivista, una regla que no es regla y, de repente, en un signo quisquilloso y un poco quitamisterios… Con ese darle la decisión al que escribe, ¿no se convierte la tilde en una especie de emoticono picajoso y ultracorrecto?
Ahí está lo que ha sido esto para la tilde: una rebelión ultracorrecta.
Juan Ramón tenía su «j» personalísima, y la tilde se ha convertido en ala del sombrero de Alatriste, una causa personal del escritor-académico-popular que pide ¡ahí es nada! la triple autoridad de la academia, el creador y el exito comercial… ¿cómo amar ya esa tilde que parece puñalito de personaje de sus novelas?
Mejor causa nos parece, siguiendo la recomendación de Ruiz-Quintano, que la encontró en una de sus novelas, generalizar la equis de Cebrián, el académico prisaico que escribió «clítorix» en lugar de clítoris. ¿Acaso no es mejor? ¿No convertía la equis en clítoris gráfico, puro botón, letra puntito y poesía visual? Las eses se nos caen de pobreza. Hay ya mucha desgana en ellas. ¿Por qué seguir diciendo ‘especial’ cuando podemos decir ‘eres muy expecial’? Muy lejos ya la jota alfanje de Juan Ramón Jiménez, y abandonada, ay, la tilde revertesca como causa, ¡viva la equis cebrianita!