«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""

Tío Jesse

5 de febrero de 2014

No recuerdo bien cómo fue la primera vez que lo vi. Sé que me quedé de pie, con la conversación a medio camino. Enmudecí con la boca abierta. No era muy usual que yo estuviera libre a esas horas pero desde ese día siempre tuve un hueco disponible en esa misma franja horaria. Ese fue el momento en el que supe que era el hombre de mi vida. Lo tenía todo, no había nada que me disgustara. Hubo una época en la que su peinado no era el más favorecedor, lo sé, pero en aquella época no era llamativo, las modas son excelentes eximentes de la posible fealdad. Era tal la atracción que intenté razonar conmigo misma y durante una época me planteé si tendría algo que no pudiera soportar. Lo intentaba mirar con asco, como si le tuviera manía, sobre todo cuando empezó a salir con «esa». Pues no, me seguía pareciendo perfecto.

Recuerdo como momentos trágicos de mi vida que la serie coincidiera con algún que otro programa con más adeptos en casa o con seguidores con más poder de decisión, que en mi caso era cualquiera. Padres Forzosos era mi momento zen.

Me llegué a buscar un plano de San Francisco y empecé a querer a esa ciudad. Me sentía californiana de pleno derecho. No me importaban sus cuestas y me veía cogiendo ese mítico tranvía para trasladarme por la ciudad. Quise tener una de esas preciosas casas victorianas con dulces ventanas blancas. Aprendí que tendría que vivir en ocasiones rodeada de espesa niebla, tanta que no me dejase ver entero su adorado puente y los terremotos no me importarían con tal de estar a su lado. Comería cangrejos, clam chowder y hamburguesas. Y en la distancia me hice seguidora de los San Francisco 49ers. Incluso miré los programas de sus universidades. «Total, mamá, no está tan lejos y aprendo idiomas»

Pocas cosas me resultaban más atractivas que ese hombre duro y rockero, moreno y con los ojos azules. Las cazadoras bikers de cuero negro parece que se crearon para él -y para Marlon Brando-. Con esa sonrisa de medio lado, algo tierna y muy gamberra, ya fuera aferrado a su moto o su guitarra, a mí me tenía subyugada. Y por si fuera poco atrayente se pasaba el día cuidando a tres niñas pequeñas. ¿Había algo más adorable? No sólo acepta la muerte de su hermana sino que se traslada a vivir con su cuñado (y un amigo de éste) para ayudarle a criar a sus hijas. Todo un gesto de generosidad. La perfección hecha hombre. Se convierte en el tío Jesse (John Stamos) con tres chicas a las que peinar, escuchar y hacer mayores un reto que además no lo hace nada mal. Una sobrina de la mano puede ser el complemento perfecto de un hombre.

Protagonizó uno de los anuncios de la Super Bowl de este año. Yo espero atenta. Por años que pasen, siempre será el irresistible tío Jesse.

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