Decía Platón que uno de los castigos por negarse a participar en política es que, al final, puedes acabar gobernado por tus inferiores. Lo que podría interpretarse como elitismo esnob no es más que la advertencia clarísima acerca de los males que conlleva el desentimiento de la gente respecto a los poderes públicos. Esos que Jefferson aseguraba que se convertían en lobos cuando el ciudadano se alejaba de los asuntos públicos, dejación de funciones que parece ser uno de los mayores problemas del pueblo español y que deviene en el mejor aliado de los dictadores con piel de cordero.
Cuando invocan a la «sociedad civil», término que no me gusta por lo que de falaz tiene, se refieren al sector social que depende de las subvenciones y paguitas que les dan cuando gobiernan, léase los sindicatos. Esa «sociedad civil» que tan solo se moviliza a toque de pito del aparato de organización de tal o cual partido no nos interesa. A quien quiero apelar es a la sociedad real, a la mayoría silenciosa, a los que sufren el sistema partitocrático, no diré con resignación, pero sí con fatalismo. Es a esas gentes que creen que no puede hacerse nada contra el kafkiano castillo construido por los partidos y su sistema de ayudas mutuas, perdones, tres por ciento, compadreos y nepotismo. Es cierto que llegar hasta sus almenas es muy difícil, porque bien que se han cuidado de situarse muy por encima de la gente a la que dicen representar, pero no es imposible. Históricamente se ha demostrado que es factible. Torres más altas cayeron. Y para que caiga ese monstruoso edificio hecho de mentiras hay que ir a los cimientos, a las bases, al suelo sobre el que se erige el castillo de la injusticia y la corrupción. ¿Cómo hacerlo? Combatiendo el relato, negándose a aceptar sus tesis envueltas siempre en azúcar venenoso, y salir a las calles a decirles que ya está bien, que hasta aquí hemos llegado.
Por eso la manifestación convocada por Sociedad Civil Catalana, que es de todos y no de ningún partido en particular, y que tiene como motivo escenificar la oposición de la gente frente a la amnistía a los golpistas es de suma importancia. Tiene que ser multitudinaria, tanto, que ni las televisiones y medios del régimen puedan disimular el rechazo social que inspiran las políticas liberticidas sanchistas. Una manifestación popular de afirmación de la libertad, la Constitución y de España. Una manifestación incontestable, contundente, indiscutible. No valen excusas. Todos estamos llamados a estar ahí el próximo 8 de octubre para poner nuestro granito de arena y contribuir a que se visualice nuestra disconformidad con entregar el gobierno a quienes trataron de romper España. Ahora nadie debe desentenderse de la política, porque nos es más necesaria que nunca. Y no debemos entregársela a quienes chanchullean en Waterloo con la nación o a los que han hecho de su cargo un modus vivendi lujoso en un país con tanta injusticia social como el nuestro.