¿Está preocupado porque su vecino le dice que se está volviendo «facha»? No se preocupe, es la evolución natural. El otro día tuve la ocasión de entrevistar al ensayista mexicano Juan Miguel Zunzunegui a raíz de su último libro, Al día siguiente de la conquista, que recomiendo vivamente, y encontré un posgrado de materialismo histórico en su currículum que me llamó la atención. «Fui joven y comunista. Como todos», me contó. «Iba a Madrid a hacer un doctorado en filosofía, pero no se abrió el curso porque no había suficiente gente y me metí en este».
Acuérdense de lo que decía el canciller alemán Willy Brandt (1913-1992), del SPD por cierto: «Si a los 20 no eres comunista, es que no tienes corazón. Si a los 40 lo sigues siendo, es que no tienes cabeza». Además, fíjense lo que está pasando en todo el mundo. El último ejemplo es Portugal, que cada vez está girando más a la derecha. Y eso que hicieron, en su día, la Revolución de los Claveles. Sin olvidar los resultados electorales en Estados Unidos, Italia, Alemania, Austria, Holanda. Hasta en países nórdicos como Suecia, Noruega o Finlandia. Si Olof Palme levantara la cabeza.
Lo que pasa es que, la prensa española, especialmente la más «progre», a estos partidos los llama «populistas», «identitarios» o «antiinmigración». Pero no de «ultraderecha». Excepto en España. Aquí la Moncloa y el PSOE se refieren sistemáticamente a VOX como «extrema derecha». Para mí no lo es. Ni siquiera en el sentido clásico del término. Los partidos ultras, en los años treinta, querían acabar con los sistemas democráticos —muy desprestigiados con la crisis del 29— e imponer regímenes autoritarios, dictatoriales o incluso totalitarios. VOX, no. Lo que quiere es gobernar. Como todos. Y si no… influir desde fuera. Por eso, tranquilícese querido lector, si le llaman «facha» o «ultra». Además, si fuera de «extrema derecha» deberíamos considerar a Sumar y Podemos como de «extrema izquierda». Entre otras razones, porque están en el otro extremo del arco ideológico. Pero, claro, no lo hacen. Para Pedro Sánchez, VOX es «ultraderecha» y ellos son el «bloque progresista».
El problema no es de la derecha, es de la izquierda. Con la caída del Muro ya se vio que aquello no funcionaba. Yo tuve la ocasión de visitar Berlín Este durante la Guerra Fría y ya percibí que no era el denominado «paraíso socialista». Con el derrumbe del bloque soviético quedó demostrado que los germanoorientales querían salir. Bueno, ellos y los polacos, los húngaros, los checos. Todos. Lo que pasa es que, en España, los efectos siempre llegan más tarde. Los comunistas ya no se llaman así, sino antifascistas o anticapitalistas. Y la izquierda ha tenido que abrazar otras ideologías como el feminismo, el ecologismo, el pacifismo —con frecuencia en su versión más radical— para rellenar el vacío dejado.
La inmigración ha acabado de hundir a los partidos de izquierda. Mejor dicho, la gestión de la inmigración. O, en este caso, la ausencia de gestión, incluso de política migratoria. Basta recordar los lemas: «Papeles para todos», «Volem acollir», «Refugees welcome». Pero hay un dato fundamental: sus dirigentes se van a vivir a barrios bien en cuanto pueden. Estoy seguro, por ejemplo, de que la líder de Podemos, la eurodiputada Irene Montero, no reside en Molenbeek, el barrio magrebí de Bruselas durante sus estancias en Bélgica.
No sólo eso, sino que les voy a poner algunos ejemplos, que han proliferado en esta bendita tierra catalana durante las últimas semanas. ¿Se acuerdan de los disturbios en Salt (Gerona)? El imán ocupaba un piso ilegalmente, lo desalojan y se arma la marimorena. No sé cómo ha acabado la historia, pero espero que un día el concejal de VOX en esta localidad, Sergi Fabri, nos lo cuente. Sospecho que el ayuntamiento, gobernado por ERC, habrá hecho la vista gorda y le habrán dado un piso de protección oficial para ahorrarse problemas. Los medios y las administraciones no han vuelto a hablar de ello. Pero, y a eso voy, todavía recuerdo el sentido homenaje que hizo la diputada de la CUP, Laure Vega, a los violentos durante un pleno del Parlamento catalán cuando expresó su apoyo a la comunidad islámica. «Apedrear a los Mossos y quemar contenedores es un rasgo cultural propio», afirmó. El presidente de la cámara, Josep Rull, ni siquiera se atrevió a darle el alto.
O el caso del top mana. En un artículo el pasado día 4, ya les conté cómo el sindicato de manteros de Barcelona había organizado una «cursa antirracista» que, por supuesto, había centrado el interés informativo de la cadena autonómica. A pesar de que los manteros no cotizan, no pagan impuestos, hacen competencia desleal y han entrado ilegalmente al país. Apenas unos días después hubo una batalla campal en Salou, una localidad turística, entre manteros y los Mossos. Se saldó con 19 detenidos y tres heridos. Tampoco es la primera vez, por otra parte. Pero no sabría decirles, en este caso, qué cobertura hizo TV3.
Quizá recordar también —espero que se recupere desde aquí— a aquel empleado de la limpieza de Cambrils —al lado de Salou— apuñalado por un mantero. Que, por cierto, ya tenía antecedentes similares. Más cosillas: el portavoz de VOX en el Parlamento catalán, Joan Garriga, denunció el otro día en Palafrugell (Gerona) empadronamientos ilegales. El ayuntamiento, en manos del PSC, acepta «empadronar sin contrato de alquiler, título de propiedad ni consentimiento del propietario». Garriga iba acompañado del también diputado Alberto Tarradas y la concejal Adela García. De hecho, este diario ya reveló en julio del año pasado que el Ayuntamiento de Barcelona tenía empadronados en un único local municipal del distrito de Nou Barris a casi seis mil personas.
Y me ahorro, para no aburrirles, los problemas de inseguridad ciudadana provocados por los menas en Piera (Barcelona) y otras localidades. ¿Cómo ha reaccionado la izquierda a todos estos hechos? Pues muy sencillo, el miércoles el PSC, ERC, Comuns y la CUP firmaron un pacto para empadronar a todos los que viven en Cataluña. Esto no lo he entendido nunca. ¿Cómo se puede empadronar a alguien que ha entrado ilegalmente en el país? El Estado debe, en teoría, velar por el control de las fronteras. Y los ayuntamientos también son administración pública.
Mientras que el jueves, los mismos partidos más Junts —que dice una cosa y luego hace otra— votaron en contra de una moción presentada por VOX «para impulsar la repatriación de todos los menas a sus países de origen». Hasta el PP se abstuvo. Cosa igualmente inexplicable. ¿Cómo la gente no se va a volver de derechas con estos antecedentes? Pronto, todos fachas.