¿Qué confianza genera hoy día en el elector la falta de asistencia de un candidato a los foros importantes de debate?. La próxima incomparecencia por parte del presidente del gobierno a la contienda del día 7 de diciembre ha dejado estupefacto a más de uno, preguntándose acerca del porqué de esta suicida decisión; y es que esa reunión a 4 anunciada a bombo y platillo por parte del conocido grupo de comunicación que lo patrocina, quedará ciertamente descafeinada en esas circunstancias. Parece obvio que la explicación a la silla vacía que el líder del PP cederá a la segunda en la lista por Madrid, responde a la asunción por parte del conjunto del partido (estas decisiones no se toman personalmente), acerca del daño electoral que cualquier mínimo fallo pudiera ocasionarles, pues de todos es conocido el ejercicio cabalístico cocinado a fuego lento en las marmitas de Génova. Es posible incluso, que sea una forma de presentar en sociedad a la dama de hierro del gobierno, como alternativa a un frustrado primer intento de investidura en la cual Ciudadanos tendrá mucho que decir.
Si algo caracteriza al gallego y por extensión a su personal de confianza, es la capacidad de medir los tiempos basados en la permanente ambigüedad: ni ideología ni programa y en cuanto a principios…los tengo “tós”. Ese no meter la pierna, en términos futbolísticos que tanto gustan a nuestro presidente ahora comentarista deportivo (para eso sí), está proporcionando los mejores porcentajes de voto frente a sus rivales, aunque se trate de porcentajes ramplones, de esos de jugar al empate…
Me cabe la duda de si la obsesión de no mostrarse por parte del candidato del PP tiene su fundamento en la tradición romana, en cuyos procesos electorales no había debates y donde la forma de granjearse adhesiones era precisamente darle al caldo y a las tajadas, materializando la confusión necesaria para obtener la confianza de los indecisos y de los contrarios. La costumbre no admitía los mítines en busca de votos, ni se daban las circunstancias para una campaña electoral tal y como la conocemos hoy. Era el rancio abolengo de los de la toga cándida (de ahí lo de candidato), más que las promesas de posibles incumplimientos aquello que más se esforzaban por exhibir, pues era uno de los factores determinantes para que el escaso elector de la época otorgara su fe. Yendo más allá, los procesos electorales en la Roma antigua destilaban cierta clandestinidad y no estaban exentos de cierto carácter macabro concretados en pintadas en paredes e incluso en tumbas, con las cuales plasmar mensajes a favor o en contra de los contendientes.
No obstante, no me cuesta creer que en estos días los alquimistas genoveses, estén repasando el Breviario de campaña electoral de Quinto Tulio Cicerón. En esta escueta obra, el pequeño de los hermanos posiciona la estrategia que debe seguir Marco para conseguir el consulado republicano, finalmente imponiéndose en las elecciones a Catilina. A pesar de haber transcurrido 2000 años desde entonces, se vislumbra en sus escritos cierta picardía, simulación y maldad que nada tienen que envidiar a las actuales maniobras de despiste que emplean los aspirantes de hoy.
Sea como fuere, la democratización de los requisitos para ser candidato, la existencia de sufragio universal y las nuevas tecnologías, exigen una transparencia a la hora de pedir el voto que si bien es cierto en la época aludida podría obviarse, en nuestros días adquiere un componente de exigencia ineludible. La sonada ausencia de quien se presenta a revalidar el título manifiesta una total falta de respeto a su potencial electorado respecto del cual, con este gesto, en gran parte habrá perdido su apoyo.
Por @nandozt