«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Tommy Robinson: algo se cuece en Inglaterra

2 de agosto de 2024

La UE prohíbe las patatas fritas con sabor a jamón y no sabemos cuánto tardará en quitarnos definitivamente la carne de cerdo, algo que ocurre en muchos comedores escolares de Francia, Bélgica o Reino Unido. Allí, al norte de Liverpool, en Southport, un terrorista islamista de 17 años de padres ruandeses (cuando los medios omiten la motivación del crimen sabemos que el autor no comía jamón) ha matado a puñaladas a tres niñas que participaban en una clase de baile. Niñas que, por alguna razón, no han abierto telediarios ni han suscitado minutos de silencio.

Aylán, el niño sirio de tres años que murió ahogado en una playa turca durante el gran éxodo de 2015, sí dio la vuelta al mundo. Su cadáver fue utilizado de manera miserable en la campaña de sensibilización en favor de la llegada masiva de refugiados a Europa justo cuando Merkel anunció que Alemania acogería a un millón. Hollande dijo entonces que la muerte del pequeño era una interpelación para ayudar a los refugiados mientras que la canciller aseguró que la crisis nos concernía a todos. Las ideas tienen consecuencias: las alemanas (Merkel no) sufrieron la inseguridad en sus calles y en Colonia se registraron casi un millar de agresiones sexuales durante la madrugada del 1 de enero de 2016. Peor suerte corrió Simone Barretto Silva, asesinada a cuchilladas durante una misa en Niza por un yihadista tunecino que llegó a Francia como ilegal desde Lampedusa. Simone era mujer y negra, pero católica, así que su crimen fue silenciado.

Los asesinatos de las niñas en la ciudad inglesa de Southport han generado algunos enfrentamientos con la policía frente a una mezquita. Apenas unas escaramuzas, levísimos incidentes, protagonizados por los vecinos que muestran algo más que la indignación propia de quien tiene sangre en las venas, es la frustración al ver que el país se les va de las manos porque sus élites les han traicionado. ¿Qué hacer? ¿Callar y hablar en las urnas cada cuatro años? ¿Esperar a que los musulmanes se occidentalicen gracias a ceremonias olímpicas degeneradas o los talleres LGTBI les convenzan de que este modelo es mejor que una religión monoteísta? Spoiler: Estados Unidos exportó a la Universidad de Kabul la igualdad de género y 20 años después mandan los talibanes.

Frente a los discursos habituales del politiqués que en España conocemos tan bien («la unidad de los demócratas acabará con ETA…») en Inglaterra ha hecho fortuna un vídeo de Tommy Robinson pidiendo la expulsión de los inmigrantes ilegales que el Estado acoge en hoteles y llamando a la calma a los vecinos de Southport. «No recuperaremos nuestro país tirando piedras», algo impropio de quien la prensa cataloga como ultranacionalista.

Pero, ¿quién es Tommy Robinson? En realidad, se llama Stephen Yaxley-Lennon (apellido irlandés) pero nadie le conoce así. Es Tommy, como el de los Peaky Blinders, con el que guarda hasta cierto parecido físico y en la forma de hablar. Tiene un liderazgo natural como demostraron los 100.000 británicos que le siguieron el pasado sábado en Londres en una manifestación histórica del movimiento patriota. No sólo había banderas inglesas y de la Union Jack, también escocesas, galesas, irlandesas y hasta españolas.

Los asistentes repetían un patrón: clase media autóctona, casi todos varones y muchos jóvenes, que portaban eslóganes rompedores —como en Ferraz— inéditos en las últimas décadas de corrección política y secuestro del debate público: «Jesus is King«, «Christ is King«, «No surrender«, «Save british youth«, «Stop mass inmigration«, «Protect our children«.

Robinson fue arrestado y eso no es noticia. La policía le detuvo por publicar un documental —22 millones de visualizaciones en menos de una semana— sobre la censura cuando la Justicia le había prohibido hacerlo. En el reportaje el aguerrido inglés denuncia la politización de los tribunales para acallar voces críticas como la suya, la de Trump, Geert Wilders o Marine Le Pen. En realidad, como él mismo apunta, la cuestión va mucho más allá de todos ellos: en última instancia silencian a millones de occidentales pisoteados por las élites.

Por supuesto que Robinson tiene un pasado. Cofundó la Liga de Defensa Inglesa, se enroló en Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) y formó parte del British National Party, la derecha nacionalista británica, far right para los medios globalistas, que un imberbe estudiante español instalado en una familia inglesa de Cambridge simpatizante del BNP no comprendía en 2010 y ahora suplica por una igual en su país. Tal es el devenir de los acontecimientos.

El caso es que Robinson está lejos de ser un ciudadano ejemplar. Ha pisado la cárcel en varias ocasiones y le acaban de aplicar la ley antiterrorista, aunque jamás ha cometido un atentado. Como sucede con Trump —salvando las muchas distancias— lo interesante no es él, sino el movimiento que emerge a su alrededor. Los medios, por supuesto, se centran en el personaje y sus excesos y obvian lo importante: las razones que empujan al pueblo a seguirle en esta rebelión de las clases medias autóctonas.

Los testimonios de los manifestantes londinenses son muy parecidos a los que oímos a los perdedores de la globalización de cualquier otro país occidental: nos estamos hundiendo, no somos extrema derecha, sólo derecha, estoy harto de que haya tiendas de apuestas y bares por todos lados, hay que parar la inmigración masiva, hay millonarios volando por todo el mundo persiguiendo sus proyectos vanidosos y haciendo lo que quieren con nuestras vidas, hay que hacer Inglaterra grande otra vez…

Los chavales le cantan «Tommy for parliament» y no parece una locura que eso vaya a ocurrir pronto. Robinson lleva años dejando en evidencia las costuras del sistema de un país, Reino Unido, devastado por la inmigración, la deslocalización y sus pecados coloniales, todo hay que decirlo.

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