«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Es licenciado en periodismo; doctor en Economía Aplicada y BA (Hons) en la Universidad de Essex (Reino Unido). Dedicado durante décadas al periodismo económico y de investigación trabajó para El País, Le Monde, Diario 16, Cambio 16, Le Soir, Avui, Radio Nacional de España y El Noticiero Universal. Fue el primer director de Intereconomía Televisión y también director editorial de Grupo Intereconomía. Entre otros premios obtuvo la Antena de Oro de la Televisión por Más se perdió en Cuba.
Es licenciado en periodismo; doctor en Economía Aplicada y BA (Hons) en la Universidad de Essex (Reino Unido). Dedicado durante décadas al periodismo económico y de investigación trabajó para El País, Le Monde, Diario 16, Cambio 16, Le Soir, Avui, Radio Nacional de España y El Noticiero Universal. Fue el primer director de Intereconomía Televisión y también director editorial de Grupo Intereconomía. Entre otros premios obtuvo la Antena de Oro de la Televisión por Más se perdió en Cuba.

La Transición envejece como las malas películas

21 de agosto de 2014

A menudo los que tuvieron algo que ver con la Transición política española exageran la profundidad de los cambios que produjo, que aun reconociendo fueron muchos, tienen como rivales épocas de mayor relieve transformador. El período 1975-2014 no ha sido el de mayores transformaciones políticas, ni sociales, ni de prosperidad. Sus hombres, en general, tampoco han resistido, como las malas películas, el paso del tiempo. Eran ídolos con pies de barro, como demuestra el último de los caídos, Jordi Pujol, aun no siendo el peor caso. Pasar de la Dictadura a la democracia, estuvo bien, luego dejarla marchitar, pervertir y ensuciarse en el lodo de la corrupción, ya es otra historia. Por ello, deberíamos proceder al recorte de méritos de muchos de sus protagonistas.

Comparen la Transición con en el período de ochenta y dos años que transcurre desde la proclamación de Isabel I, en Segovia, hasta la abdicación de Carlos V, en Bruselas. Eso fue una transformación mucho más radical de España, que se configuró como un Estado sobre la base de la confederación (con leyes y códigos diferentes, con instituciones propias y con organización distinta) de Castilla-León y de Aragón-Cataluña.

Construyeron un país con unidad política, su obra reconstituía el principio visigótico de un rey para toda la Península. Aquella pujante y novata monarquía española se asomó a Europa, como uno más, al principio. Luego, en unas décadas, demostró ambición de primacía en los intereses internacionales. España quiso ser decisiva en los destinos del mundo. ¿Cómo?
Pues con la fórmula política común en Europa: la monarquía autoritaria.

España sacó de la necesidad, virtud. Las energías acumuladas en la Reconquista forjaron la conquista del Nuevo Mundo, no sólo sus dominadores sino -sobre todo- sus pobladores. Al tiempo, la unidad peninsular permitió a los monarcas de la casa de Austria protagonizar un «remake» de Imperio donde no se ponía el sol. El sueño de Alfonso VII: el Emperador; fue posible tras la incorporación de Navarra a España, gracias a compartir la misma dinastía.

El Imperio español estaba basado en la necesidad. Ocho millones de habitantes en el año 1.500, siete millones en Castilla y cerca de uno en Aragón. Los exploradores del Amazonas o de Fiipinas; los conquistadores de Peró o de México o los soldados de los Tercios de Flandes, tenían en común haber pasado enormes sacrificios y penalidades. Venían de un país pobre y habían desarrollaron un instinto de supervivencia y de adaptación, descomunal.

Por primera vez la supremacía de Europa se labraba sobre tierras pobres, sin industria y poco dadas al comercio. Fue gracias a la colonización de buena parte del Nuevo Mundo. La sed de oro vino después de la Conquista y de los afanes por difundir el evangelio de Cristo. El Emperador Carlos, menos los Reyes Católicos, produjeron un renacimiento cultural -la gramática de Nebrija, es un ejemplo-  y un fabuloso rastro de riquezas artísticas que dimensionaron a España en el mundo, para siempre. El oro y la plata de las Indias están detrás de impensables construcciones de Salamanca, a Valladolid, pasando por Toledo o Segovia. Ser «potencia» permitió a España importar talento como el de Tintoretto o el de Tiziano, que darían paso a la gran pintura española; como el dominio sobre Flandes aporta los tapices o la pintura de tabla. Eso si fue una transformación y no la conquista del Oeste.

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