La propia sociedad lo acepta: se considera triunfador al que consigue el poder.
Cuando uno se instala en el relativismo moral, los límites se difuminan, carecen de contornos rígidos. No es que desaparezca o se convierta en borrosa la diferenciación entre el bien y el mal, sino que, sencilla y llanamente, no se plantea el dilema. El postulado esencial es la conveniencia. A partir de ese instante todo aquello que sea útil para lo que me resulta conveniente es abordable, sin necesidad de justificar su bondad o maldad. Por eso hace años que escribí que el principio de lo conveniente es el verdadero cáncer de esta llamada civilización occidental cuya decadencia es para muchos tan evidente como entristecedora, sobre todo por la ausencia de un modelo alternativo en el que los condicionantes de mejor humanidad se hagan mas preciso. Tengo claro que mientras no recuperemos la noción de trascendencia, mientras no asumamos de nuevo la conciencia de un Orden Superior, al menos, como decía mi texto universitario, un conjunto de principios y criterios que deben presidir la organización verdaderamente humana de la vida social y que inspiren al llamado derecho positivo, la decadencia continuará con dirección al abismo. Porque lo conveniente se proyecta sobre todos los órdenes de nuestra vida. Si es conveniente para un político mentir, engañar, traicionar con tal de alcanzar y/o conservar el poder, pues se miente, engaña, traiciona y en paz. La premisa mayor, esto es, el poder, es la que condiciona la conducta. El medio es en el fondo una anécdota. Y la propia sociedad lo acepta: se considera triunfador al que consigue el poder. Si para eso traiciona a otro, el triunfador es el primero y el segundo, el traicionado, sencillamente un imbécil que no sabe capear con las reglas de juego de esta sociedad. Alimentamos a los miserables.
Lineas rojas traspasadas a diario. Sucede en todos lo ámbitos. En la vida de determinada clase social, las líneas rojas de comportamientos en terreno de infidelidades de todo tipo, económicas, familiares, sexuales, se han transformado, no ya en un objeto de condena, sino de “poderío” social. Lo mismo sucede en el periodismo. Que dos personas, Rosa Villacastin y Galiacho, por un puñado de lentejas utilicen para atacar a otro el tumor cerebral de una persona fallecida, en un ejercicio del todo vale, dice sobre su catadura moral, al menos en mi opinión. Pero dice también de nosotros, porque somos en el fondo los responsables de que suceda porque lo toleramos. Incluso, según me cuentan, algunos miembros de nuestra “clase alta” por incentivarlo. Cioran escribió un libro llamado Breviario de Podredumbre. El filósofo rumano es cáustico y demoledor. Pero hay día en que te acuerdas del título de su libro, y recuerdas con dolor.