«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Desde el tren

31 de julio de 2013

Soy viajero habitual porque al menos dos veces por semana viajo en el AVE de Barcelona a Madrid y regreso a mi casa después de trabajar unos días en la capital. Confieso que alguna vez he pensado que si a la velocidad que vamos hubiera cualquier percance, no tendría tiempo ni de encomendarme a Dios. Por eso, siempre antes de arrancar, rezo algo y me santiguo. A veces he llegado a pensar si la oración y el gesto recordatorio de la Cruz no los habré convertido en algo excesivamente mecánico; pero no, porque estoy seguro de que es un recuerdo hacia el Sumo Hacedor en el que trato de compendiar el deseo de perdón por mis faltas y la tranquilidad de saber que si algo horrible sucediera, su perdón estaría más cerca de mí. No sé si en estos momentos de tribulación y angustia para los familiares de los fallecidos en el accidente de Santiago, reflexiones de carácter religioso como la que yo acabo de hacer, sirven de algo. Yo lo proclamo así porque a mí sí que me vale, pero entiendo también a la gente que en su desesperación por el zarpazo del destino no desee ni siquiera plantearse cosas así. Pese a todo, les aseguro que a mí, en algún trance duro que la vida me ha deparado, abandonarme en brazos de la fe es lo que me ha resultado más reconfortante y reparador. Ahora se vierte mucha tinta en relación a la seguridad ferroviaria, a lo que parece que ha sido una terrible imprudencia del maquinista, y a las repercusiones negativas que todo ello pueda tener en macro-contratos de suministros ferroviarios que España puede llegar a tener con países terceros. Se seguirá escribiendo, quizás, aún unos cuantos días más sobre todo esto, pero pasados esos días las familias de los fallecidos serán las que continuarán padeciendo la mordedura de la pena y la amargura de la impotencia frente a este cruel destino. Empezarán a quedarse solos con esa pena y esa amargura, porque para los medios de comunicación sólo serán, a lo sumo, una pequeña noticia si hay jaleo jurídico con los cobros por los seguros. Sin embargo, yo quiero transmitirles a esas familias, desde la modestia de un creyente pecador, no sólo mi solidaridad de presente, sino la convicción y la fe de que las personas que encontraron la muerte en el terrible accidente están, seguro, en una etapa de su vida (porque siguen viviendo en Dios) mucho mejor que la que han dejado atrás en esta Tierra. Ya sé que muchos dirán que todo esto es pura palabrería, pero no tienen razón. Los que tenemos el inmenso consuelo de la fe sabemos que la muerte no es el final y que, cuando vamos sentados en un tren, deseando abrazar a nuestros seres queridos a la llegada, si vemos truncado ese deseo por un fatal desenlace, con toda seguridad podremos verles e incluso ampararles desde el otro lado de la vida. Ahora, además, cuando me monte en el tren, mi rezo también irá por ellos.

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