Les contaré tres historias. La primera es la de José Antich. Un libro afirma que el periodista recibía regularmente sobres del Partido Popular cuando trabajaba para el diario El País. No aclara si los sobres contenían decálogos de ética periodística. Antich pasó después a dirigir el diario La Vanguardia. Lo recuerdo bien, porque yo lo compraba a diario hasta que Antich llegó a la insigne. Recuerdo, asimismo, que se decía en los mentideros políticos que su nombramiento suponía un acercamiento al Partido Popular, con Aznar entonces en el poder. El poder es la ideología del diario La Vanguardia, de modo que no me extrañó entonces. Pero don José sumó a La Vanguardia al carro secesionista. Quizás tenga que ver con el sobre de 800.000 euros, o con algún decálogo perdido de ética periodística. Sea como fuere, el secesionismo y la Corona no se llevan bien. Las llamadas de Godó al Rey no tienen la calurosa respuesta de antes, que hay grandezas de España que no dan para nada. Y La Caixa no quiere que su mercado se rompa aún más. De modo que Godó le ha dado la patada a Antich, que ya tenía cogida la postura genuflexa. Le sustituye un gran periodista, Màrius Carol, que se ha planteado hacer de La Vanguardia un periódico: “Se trata de explicar lo que pasa, no lo que queremos que pase”. Bien por él y por La Vanguardia, que ya era hora.
Segunda historia. Yo recuerdo que compré el primer ejemplar del diario El Mundo. Me acuerdo perfectamente de aquélla portada, con una encuesta que anunciaba el fin del gonzalato. Yo siempre compro los primeros números. Lo hice con El Independiente, El Sol, El Economista y Público, y por supuesto con el diario de la prometedora bola verde. Desde entonces he comprado muchos ejemplares de aquél diario. Es el último gran periódico de autor, tras el ABC verdadero. Pedro J. Ramírez ha jugado todos estos años con maestría dentro del tablero de 1978. Pero en algún punto se le quedó pequeño o, más bien, se dio cuenta que esta democracia es muy poco democrática. E hizo dos cosas: cuestionarse el actual sistema político y sus instituciones, y levantar todas las alfombras. Pedro J., en definitiva, se ha salido del tablero. Ese es el contexto en el que le han echado como director de su propio periódico. No es que su pretensión de superar este sistema corrupto y decrépito lo explique en exclusiva, pues Pedro J. se dedicaba a perder sistemáticamente muchos millones de euros. Pero tampoco lo podemos dejar de lado.
La tercera historia es de esta misma semana. Antonio Caño escribe un informe sobre la marcha de su periódico, El País, y sobre el camino que debe seguir para el eterno y melancólico aggiornamiento de los medios, que en el caso de El País pasa (eso dice Caño) por acabar con “los coroneles”, como se llama a los directivos más veteranos. En lugar de enviárselo a Juan Luis Cebrián, lo comparte con una cincuentena de compañeros. Tardaría unos segundos antes de que alcanzase al ignaro director, Javier Moreno, que debió de interpretar de inmediato que provenía de su futuro sustituto. Así ha sido. El Diario, de Ignacio Escolar, lo interpreta de este modo: «La llegada al poder de Caño se interpreta como un refuerzo del giro conservador sufrido por el periódico en los últimos años. Desde la victoria del PP en las elecciones de 2011, Cebrián ha elogiado en público la figura de Mariano Rajoy y sus relaciones con los medios de comunicación, en contraposición a la gestión de José María Aznar«. Lo importante no es que El Diario lo considere un pecado de leso progresismo, sino que en general se interpreta como un gesto de cercanía al poder marianil.
Son sólo tres historias. Las tres han ocurrido en el plazo de cinco semanas. Y las tres hacen referencia al acercamiento de otros tantos de los principales diarios españoles al poder. No son los medios de comunicación los que tumban al poder. Antes al contrario.