«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Tricolores y wiphalas

17 de abril de 2021

Nueve décadas se han cumplido de la proclamación de la II República española, ocasión propicia para que, como viene siendo habitual, el espectro izquierdista y secesionista, aunque esta sea una más que dudosa distinción, haya proyectado enormes y actualistas dosis mitificadoras sobre tan breve como trascendental periodo histórico. De creer a quienes se dicen herederos de aquel quinquenio que terminó en una Guerra Civil precedida por varios golpes y revoluciones que dan cuenta de la inestabilidad que reinó después de que Alfonso XIII renunciara a sus regias prerrogativas, el tiempo presidido por la partidista enseña tricolor fue una edad de oro abortada por un puñado de militares. Tan idílica como asentada, por mor de constantes campañas propagandísticas y cinematográficas, visión de la II República, ha recibido esta semana un revés que seguramente no desborde el ámbito historiográfico, pero que permite conocer hacia qué lado querían escorar aquel régimen algunos de sus protagonistas. Nos referimos a la reciente publicación de las declaraciones que Francisco Largo Caballero hizo a Edward Knoblaugh corresponsal de Associated Press, cuando el no por casualidad apodado Lenin español estaba a la espera de juicio por su implicación en la revolución de octubre de 1934. Para el líder socialista, ministro durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, al que el partido de Sánchez, que tanto se ufana de una historia más que centenaria, no puede vaporizar, el periodo azañista, entendido como fase burguesa, debía quedar atrás para dar paso a un sóviet español. Según sus cálculos, un quinquenio le separaba de su objetivo sovietizante, que probablemente supondría la extinción del propio PSOE, saturnalmente devorado por una UGT apoyada por la CNT.

En una perfecta sincronización entre el papel prensa y el asfalto, la Gran Vía de Madrid ha visto procesionar esta misma semana a los rostros de Lenin y Stalin

Como decíamos, es muy posible que la exhumación de esta reveladora entrevista no desborde los limitados círculos académicos a los que no es ajena una poderosa ideologización que bloquea o da paso a determinadas interpretaciones de nuestro pasado, máxime cuando estas tienen incidencia en la actualidad política. Sin embargo, en una perfecta sincronización entre el papel prensa y el asfalto, la Gran Vía de Madrid ha visto procesionar esta misma semana a los rostros de Lenin y Stalin, no así el de Largo Caballero, arropados por viejas consignas y banderas con la hoz y el martillo. El desfile, organizado por el PCE, partido al que pertenecen dos ministros del Gobierno: Yolanda Díaz, vicepresidenta tercera y próxima candidata a la presidencia del Gobierno, y Alberto Garzón, ministro de Consumo, ha servido para dar visibilidad a formaciones como el Frente Obrero y el Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), con más capacidad movilizadora que el ya centenario PCE, del que estos últimos se dicen herederos. Como es habitual, la movilización ha servido para poner en circulación un manifiesto redactado por el federalista PML (RC), en el que este partido lanza un duro ataque al movimiento republicano actual, al que el acusa de «haber convertido la lucha por la república en una fiesta, en un fetiche», afirmación no carente de sentido si se tienen en cuenta las citadas declaraciones de Largo Caballero, en las que no parece que cupieran muchas de las reivindicaciones que se hacen al amparo de la bandera tricolor, que acaso hubiera sido arrumbada de salir adelante el sóviet largocaballerista.

Con ella [Iglesias] se cubre en las azoteas desde las que predica soluciones tras las que se agazapa un nostálgico e impostado «¡No pasarán!»

En contraste con el purismo soviético exhibido por el PML (RC) y el Frente Obrero, que no han hallado rostro hispano que pasear, otro autodefinido como comunista, Pablo Iglesias Turrión, producto filogenético del FRAP, ha trocado la bandera roja y la hoz y el martillo por la indigenista wiphala con la que adorna su barbijo. Con esta bandera cromáticamente homologable con el arcoíris bajo el que se mueven tantas acciones hoy tenidas por izquierdistas, a despecho del trato que a los homosexuales se dio en regímenes comunistas, se pasea don Pablo, rodeado de escoltas, por Vallekas, que no por Vallecas. Con ella se cubre en las azoteas desde las que predica soluciones tras las que se agazapa un nostálgico e impostado «¡No pasarán!», acompañado de un coro de voces que grita «¡Gora Eta!» bajo una lluvia de adoquines.

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