En 2017, en su obra «La extraña muerte de Europa«, el escritor británico Douglas Murray expuso su tesis sobre el suicidio que experimenta Europa al permitir la inmigración masiva y, en paralelo, consentir la pérdida de sus costumbres y la fe en sus creencias. Postura interesante de un agnóstico declarado que, sin embargo, valora las tradiciones que profesa su generación y las valora más que ellos, que las descuidan.
Los temas clave de esa «muerte» de Europa, según la perspectiva de Murray que es compartida por muchos analistas y pensadores, incluye la preocupación por el fuerte y persistente declive demográfico: baja de la natalidad en el continente y , en simultáneo, envejecimiento poblacional; dependencia de la inmigración; crisis de identidad a partir del tan de moda «multiculturalismo» que conlleva una transformación cultural que ya está siendo evidente; desafección con las raíces tradicionales y choque de civilizaciones.
Las consecuencias de esta dramática descripción están a la vista: crisis políticas que provocan inestabilidad; desconfianza hacia la Unión Europea; radicalización islámica con la consecuencia inevitable del incremento del terrorismo y la violencia y el declive de la civilización cristiana, secularización y desplazamiento de valores tradicionales.
El gran desafío geopolítico de este tiempo es la globalización que está implicando una clarapérdida de soberanía, un proceso que es preciso revertir sin dilación.
Murray, también autor de «Conservadurismo, por qué lo necesitamos» describe un «credo del fascismo islámico», una suerte de fundamentalismo perverso que tiene origen en la Edad Media y que golpea hoy.
También expuso sus preocupaciones con la llamada «zona euro» y afirmó que el Brexit, en su momento, fue rechazado sólo por la elite, una demostración de lo que considera una peligrosa situación que atraviesa la democracia británica.
Se describen sin eufemismos las tensiones, los miedos y las incertidumbres que muchos europeos sienten actualmente respecto de su futuro y de su presente. Es una crisis multidimensional, que abarca lo demográfico, lo cultural, lo político y lo económico, y que plantea dilemas fundamentales. Sin embargo, también es importante reconocer que, aunque hay desafíos reales y gigantescos, Europa sigue siendo un continente dinámico, con una gran capacidad de adaptarse y reinventarse; por eso es imprescindible que sea capaz de superar esos retos, pegar un golpe de timón, abandonar la moda woke que los envenenó durante las últimas dos o tres décadas y recuperar el control que ha delegado en burócratas que pretenden imponerles condiciones de vida, políticas absurdas y límites a la misma identidad nacional.
La reciente elección en los Estados Unidos puede ser un excelente espejo donde Europa se mire. Ese gran país también viene transitando un lento pero sostenido proceso de deterioroque implicó una tendencia al desdibujamiento de la identidad que lo hizo poderoso.
Un futuro gobierno de Donald Trump podría estar marcado por varias continuidades y algunos cambios respecto de su primer mandato (2017-2021). Para empezar, ha logrado mantener una base de apoyo cada vez más firme entre los republicanos; las objeciones iniciales se han ido diluyendo y se ha puesto el foco en recuperar los valores perdidos. Por ello, el presidente electo implementará políticas importantes para sus seguidores.
Sin duda «Estados Unidos primero» será el marco que caracterizará su futuro gobierno, para lamento de los liberales de libro que recitan el catecismo de la libertad absoluta que no se aplicó en ningún país del planeta. Seguirá con desregulaciones, bajas de impuestos, incentivos a la industria nacional y reforma fiscal.
En materia de orden interno, se espera que Trump endurezca las políticas migratorias marcando la distinción, como lo hizo en el mandato anterior, entre migrantes e ilegales. Con el voto masivo que obtuvo de la comunidad latina se echó por tierra la supuesta xenofobia que quisieron endilgarle sus detractores, medios de comunicación incluidos.
Con el decidido apoyo que dio al presidente Trump, Estados Unidos ha demostrado al mundo que entendió el peligro y ha dado ese golpe de timón imprescindible. Es imperioso un cambio de rumbo similar en el viejo continente.
La expresión «la extraña muerte de Europa» se ha utilizado para describir un fenómeno complejo y preocupante que muchos analistas y pensadores han identificado en el contexto actual. La idea hace referencia a una serie de cambios y desafíos que los ha afectado profundamente, alterando su identidad, seguridad, cohesión política y modelo de convivencia. Es un excelente llamado de atención, un grito a tiempo frente a una amenaza que crece frente a los ojos de Europa como un tsunami, ante la pasividad de la mayoría de su dirigencia política.