A Obama le escribe los discursos uno de los guionistas de los Simpson, por supuesto no todos, también cuentan en la Casa Blanca con un chaval muy cool, probablemente imberbe, que diseña las grandes frases presidenciales mientras se toma un frapuccino en Starbucks, como si los guiones que gobiernan el mundo fueran los de un spot de televisión. Quizá por estos precedentes el presidente Hollande, que participa de esa fascinación tan progre por Barack Hussein, ha contratado como scriptwriter a un músico de rap, en concreto a un compositor de una de las tendencias más duras y violentas de ese hallazgo cultural tan peculiar, que es la versión extendida de los ripios que se entonan en las manifestaciones. Cuando Vargas Llosa nos contaba que esta era la civilización del espectáculo, debiera haber puntualizado que se refería a un show de barraca marginal -con mujeres barbudas y siameses- y no al Scala de Milán.
En Moncloa todavía, gracias al Buen Dios, no le han pedido a Melendi que escriba las intervenciones parlamentarias. Lo del PP pop, ya lo sabemos, ha terminado casi como la subida a Montejurra. Pero sin embargo eso no significa que hayan renunciado al dictado de las modas culturetas -y las otras- tanto que algún asesor le ha colado al presidente el argumento más bobo de todos los que se han utilizado contra los delirios de Artur Mas: Que no es moderno, le ha dicho Rajoy; que lo moderno es el respeto a la integridad territorial, como en Ucrania. La memez es considerable teniendo en cuenta que el nacionalismo es el icono político de la modernidad, pero ya entendemos que lo que se quería transmitir era que el discurso secesionista está demodé, aunque en ese caso resulta extraño que ponga como ejemplo el conflicto de Crimea.
Lo cierto es que en boca de don Mariano la palabra moderno cobra un sinfín de nuevos matices. En primer lugar hay que asumir que un registrador de la propiedad de Santa Pola no es el paradigma de las vanguardias sociales. Para él lucir una corbata que no sea azul o gris es algo de lo más hipster, cosa que está muy bien, porque en realidad ese estilo serio de su imagen, como la vieja decencia de las élites de provincia -tan conservadora, tan sensata- es una de las pocas virtudes que la política no le ha arrebatado. Por eso resulta algo ridículo, casi hasta tierno, ese empeño que a veces le cuelan en sus discursos equiparando lo positivo y lo moderno. No difiere mucho de los argumentarios utilizados en los debates del patio del colegio, donde los chavales ahora se ponen gorras de memo -con esas viseras tiesas como una terraza- para estar en la línea Justin Bieber.
Sin duda Rajoy tiene mejores discursos para enfrentar el desafío secesionista que acusarles de no estar a la última moda. El que dio en Barcelona, por ejemplo, no estaba nada mal, y estoy seguro que el tipo de Starbucks habría sido incapaz de redactarlo. O incluso es preferible su tono de sms, con el que también nos hemos ido familiarizando. Que no somos Uganda. O sea, que no somos Ucrania.