El Niño Jesús debe estar bastante agradecido de no tener que venir al mundo hoy en España. Para empezar porque tendría muchas posibilidades de no conseguirlo –nacen unos 330.000 bebés cada año y se abortan casi 100.000–, y para seguir porque igual caería el pobre entre Irene Montero y Pablo Echenique, en los papeles de la mula y el buey, ya que no se me ocurre nadie que rebuzne más y mejor.
Además se va a ahorrar la vergüencita de ver que ya ni siquiera celebramos su cumpleaños con un «Feliz Navidad» o incluso el horrible y paletísimo «Felices Fiestas», que le gusta a Ursula Von Der Leyen, sino con una especie de mantra para charos lanzado por el trauma con patas que lidera el ninisterio de Igualdad que reza «Felices y corresponsables Fiestas».
Afortunadamente Jesús sí nace hoy en quienes lo esperamos
Tampoco nadie le podría regalar oro, incienso o mirra –las materias primas están muy caras y ahora el regalo estrella más bien sería el gas–, ni mucho menos juguetes de niño, sólo cocinitas, que es lo que les ha parecido bien a las vagas y maleantes que diseñan campañas destinadas a romper la sociedad como las del «hombre blandengue«.
Pero afortunadamente Jesús sí nace hoy en quienes lo esperamos. En las familias, en los niños a los que incluimos en esa cadena que es la fe, de padres a hijos, y en la que si se rompe un eslabón no se puede reparar la transmisión. Sobre todo en ellos: inocentes todavía y ajenos a la lucha de muchos de sus padres contra quienes quieren privarlos del derecho a ser protegidos por los que los quieren más que a nadie. Víctimas de auténticos expertos en violentarlos desde chiquitines usando la ideología de género —-«al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar»–. Sólo ellos, con sus caras redonditas, sus miradas de ilusión esperando al Niño o a los Reyes Magos, poniendo el árbol y el Nacimiento… nos dan esperanza en tiempos como los que vive España. Mis hijos son, desde luego, mi Estrella de Belén.
El Niño Jesús también estará con todos nuestros compatriotas que se ven obligados a pasar esta noche lejos de sus seres queridos. Por trabajo, por estudios… Acordémonos de ellos en la noche de paz en que los astros esparcen su luz –es mi villancico preferido–. A muchos se nos caerá una lagrimita pensando en ellos, deseando su vuelta.
España no vive estos días un feliz cuento de Navidad sino una pesadilla distópica
Y con quienes pasarán la noche cerca de nosotros pero solos. El 68% de los mayores de 65 años. Abracemos a nuestros mayores si tenemos la suerte de poder hacerlo, recordémoslos si no. Tratemos de paliar esa soledad que tan mal habla de nosotros como sociedad.
Seamos también agradecidos con los profesionales que sacrifican su tiempo con sus familias por todos los demás. Y mantengamos la esperanza en 2023. Porque «hubo una vez en el mundo un pesebre, y en ese pesebre, algo más grande que el mundo». España no vive estos días un feliz cuento de Navidad sino una pesadilla distópica. Precisamente por eso, porque Él ya ha vencido, recibámoslo esta noche como merece. Feliz Navidad.