Apenas un mes después de ser reelegido secretario general de UGT, José María Álvarez puso rumbo a Waterloo para trabajar a favor de los intereses de Pedro Sánchez, que son los suyos pues, por más propaganda y fetiches, singularmente el canto, puño en alto, de La Internacional en los actos públicos del sindicato, el sueldo del asturiano depende enteramente del Gobierno y de los gobiernillos regionales, tanto de los «progresistas», como de los «conservadores», entre ellos, el de Moreno Bonilla.
Ha de recordarse que este trabajo, que podríamos calificar de fontanería, burdamente enmascarado bajo la excusa de negociar la reducción de la jornada laboral, viene a suceder a la visita que el sindicalista, en compañía de Juan Rosell, presidente de la CEOE, hizo en prisión a otro golpista, Oriol Junqueras, y que su vertical Unión General de Trabajadores pidió el indulto para los golpistas. Al cabo, tanto empresarios como sindicalistas forman parte del tinglado autonómico y del reparto de dádivas y subvenciones. Ambos, bajo diferentes marcas, recogen nueces como las que, caídas gracias a la deslealtad administrada por el mundo secesionista, va a disfrutar Cataluña, región que recibirá la mayor cantidad, un 15% del total, de los fondos de recuperación de la UE destinados a España.
El alineamiento de la UGT con el supremacismo catalanista es un clásico. Como anécdota, puedo esgrimir el hecho de que, en la única vez que he tenido la oportunidad de hablar con Álvarez, durante un programa de televisión, a la pregunta de cómo es posible que su sindicato trague con la inmersión lingüística obligatoria en Cataluña, el asturiano, incapaz de quitarme la razón, apenas esbozó unos balbuceos, antes de irse por los cerros de Montserrat e invocar un ascensor social movido por la ley del embudo.
A pesar de lo contradictorio, en virtud de los ideales que dicen defender los sindicatos de clase, de estos trabajos a los que se entrega Álvarez, sus andanzas tienen pleno sentido si reparamos en que el principal gestor del régimen autonómico, el PSOE, marca el paso de las políticas e ideologías dominantes. Desaparecida gran parte de la industria pesada, esa que justificaba la existencia de sindicatos «de clase», estas organizaciones han virado hacia territorios, los identitarios, que nada tienen que ver con sus objetivos fundacionales. Vaciados de su original contenido, UGT y CCOO son hoy poco más que correas de transmisión de los partidos a los que sirven. De otro modo no se entendería que Álvarez pasee su fular por Waterloo para meter en vereda, en la del «Gobierno de progreso», a un prófugo de la justicia española cuyo fin último es destruir la nación española y con ello la unidad de mercado y de trabajadores, para dar paso a una republiqueta en la que no tendría espacio Álvarez alguno, pues la cuota de charnegos útiles sería innecesaria en una Cataluña independiente que no tuviera una España a quien echar la culpa de sus males.
Tanto o más interés que el propio Puigdemont, tiene Álvarez en que el golpista regrese a España. No en vano, él depende de que la maquinaria gubernamental siga dando oxígeno a su organización como pago a los servicios que presta como correveidile, en este caso, sí, internacional.