«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Un militante fanático

25 de septiembre de 2023

En 1953, después de una negociación marcada por el tiempo de silencio (atómico) de la Guerra Fría, España suscribió los famosos pactos con los mismos Estados Unidos que apenas medio siglo antes habían provocado la crisis noventayochista. Entendidos por el PCE como unos acuerdos que suponían la subordinación de España a la superpotencia capitalista, los pactos venían a culminar unas nunca del todo interrumpidas relaciones entre los dirigentes españoles y la diplomacia useña, alarmada por el auge de partidos comunistas en naciones europeas como Italia o Grecia, mientras al otro lado del mundo los soldados norteamericanos combatían en Corea. La victoria electoral de Eisenhower precipitó los acontecimientos y durante la década de los cincuenta España, al tiempo que cultivaba cierto casticismo, abrazó la causa cultural norteamericana. La Gran Vía madrileña, con sus cafeterías y sus carteleras, fue un claro exponente del desembarco de formas, imágenes y sonidos en una España que daría un giro económico al final de la década.

Si la arteria madrileña condensaba todos estos componentes, algunas ciudades de la periferia, especialmente las más acomodadas, comenzaron a recibir productos culturales que tenían una inequívoca impronta propagandística. Sirvan como ejemplo los muy libres, por jazzísticos, conciertos que Louis Armstrong dio en Barcelona en 1955, mientras en los Estados Unidos se mantenía la discriminación racial. Dos años antes, en el plano cinematográfico, canal por el cual se han distribuido tanto los mitos como el estilo de vida yanqui, había echado a andar el Festival de Cine de San Sebastián, que este año ha proyectado el documental No me llame Ternera, cuyo mero anuncio en la cartelera ha desencadenado una intensa polémica en torno a la idea de censura. 

Como es sabido, la cinta firmada por Jordi Évole y Màrius Sánchez da voz al sanguinario terrorista José Antonio Urruticoechea Bengoechea, alias Josu Ternera, máximo dirigente, en su día, de ETA y diputado en el Parlamento Vasco por Euskal Herritarrok entre 1998 y 2005, tiempo en el cual, para mayor escarnio de las víctimas de la banda del hacha y la serpiente, formó parte de la Comisión de Derechos Humanos. Si la programación del documental ha suscitado una gran polémica, la rueda de prensa posterior a la exhibición de un filme en el que Josu Ternera afirma que «los guardias civiles que murieron ya sabían cuál era su función. ¿No decían todo por la patria?», ha corroborado las sospechas acerca de la posición que su director, en su día conocido como El Follonero, un follonero escrupulosamente observante de la corrección política, mantiene sobre ETA y su criminal entorno, al que ya se aproximó, con su habitual estilo, de la mano de Arnaldo Otegui.

Evitando cuidadosamente llamar terrorista a Ternera, a quien tampoco ha nombrado por ese apodo, Évole ha preferido calificarlo como «un militante fanático de ETA», fórmula elusiva que cabría adjudicar a muchos otros miembros de colectivos que no dejan a su paso un reguero de sangre, muertes, mutilaciones, secuestros y extorsiones. Descrito por como una suerte de autómata movido maquinalmente por ETA, Ternera, a diferencia de lo que le ocurre con Santiago Abascal o Francisco Franco, sobre los que tiene una muy formada opinión, no puede ser juzgado «como persona» por Évole, a pesar de conocer su trayectoria y haber compartido con él horas de grabación. Decepcionado por no hallar un «discurso más conciliador» en su interlocutor, Évole, que destaca la condena que Ternera hace del asesinato de Miguel Ángel Blanco, ha vuelto a estar a la altura de su personaje. Al cabo, en la España actual, los follones y sus avivadores están tan dentro del sistema como esa Euskal Herria Bildu en cuyo seno se mantiene Sortu, brazo político de lo que Évole llama «la organización», esa ETA cuyo punto de vista, siempre alineado con un punto de mira, está tan interesado dar a conocer.

Fondo newsletter