«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Un muerto entre las manos

17 de septiembre de 2024

En la edad dorada del columnismo patrio sostenían la conversación pública personajes de la talla de César González-Ruano, Jaime Campmany o Rafael García Serrano. Ninguno de los tres necesitaba un «don» precediendo al nombre para ganar empaque.

Solía decir González-Ruano que a él los muertos se le daban como a nadie. En su tránsito, Campmany recogió el testigo. El fundador del semanario Época tuvo conocimiento del óbito de su colega durante el transcurso de una velada en Roma, donde vivía. Llegó a su casa (Via Flaminia, 389) a las cuatro de la mañana y se sentó a escribir «con los ojos húmedos, la fatiga en el pecho y el corazón encogido». A las siete, con la tinta de la necrológica de Ruano aún fresca, le dijo a su mujer: «Acabo de escribir el Cavia de este año. Es el último regalo que me ha hecho César». César o nada. Efectivamente, los muertos se les daban como a nadie.

Nosotros, nuestra generación, tenemos un muerto —que son varios— entre las manos. Y no sabemos qué hacer con él. Con honrosas excepciones (entre otras, las de las dos columnas a mi lado, los martes, que traen finísimos análisis) son pocos los escribientes que cuentan las verdades del barquero de la derrota de Occidente. De la muerte de la nación, del ocaso de nuestra civilización.

Para sorpresa de nadie, buena parte del articulismo en los principales periódicos es un coadyuvante del pensamiento dominante. El Imperio del Bien y sus demonios, que dirían Muray y Benoist.

Volvía a la palestra el pasado fin de semana una columna publicada en mayo por el medio nodriza de los medios indistinguibles, con sus columnistas intercambiables entre sí. El autor abogaba por una Europa federal y posnacional, en la que la pertenencia nacional fuera un sentimiento y, como tal, quedara en el ámbito privado. Por supuesto, cada uno sería, sobre el papel, libre de sentirse lo que quisiera. Incluso español. Para alcanzar este punto —su Europa ideal— propone una revolución ilustrada abanderada por la izquierda racionalista. Todo ello en aras de evitar más conflictos armados (¡el nacionalismo es la guerra!) en el Viejo Continente.

Lo curioso es que exactamente ésa es la hoja de ruta desde 1945, la que nos ha traído hasta aquí y la que tiene posibilidades de culminar en otro gran enfrentamiento. La que ha liquidado la nación (en paz descanse), la familia (institución agonizante) y ha causado el caos migratorio. El itinerario es fácilmente trazable: el proyecto de construcción europea de inspiración humanista democristiana y nacido al calor del trauma de la IIGM se orienta a un universalismo que supere toda idea nacional. Por el camino encuentra al izquierdismo al que —una vez fulminados los asuntos de clase y el proletariado en mayo del 68— le une un modelo multicultural; el sujeto desnacionalizado y emancipado, el titular de la ciudadanía como vínculo contractual, y el individuo del neoliberalismo como fuerza de trabajo nómada y reemplazable. El gauchismo meets la UE y hacen match.

El viraje federalista definitivo anhelado por nuestra prensa sistémica tuvo lugar en 1985, bajo la presidencia de Jacques Delors, inaugurando «la Europa de la gobernanza, situada más allá de la política y de sus sobresaltos, imperturbable ante las consultas populares y las soberanías nacionales»*. Así hemos llegado a la tiranía blanda.

De tanto en tanto, cuando la velocidad de destrucción de las bases sobre las que se asienta la sociedad desde hace siglos produce vértigo en la población, intervienen distintas cauciones (llámense Ayuso, Sarkozy o Barnier) que insuflan algo de oxígeno al ciudadano, calman su desasosiego y permiten que el poderoso drama continúe según lo previsto.

El sistema mediático que da soporte al político —éste último más sibilino— nos confunde y entretiene mientras con Broncanos, fulanos y menganos, microfascismos, pornografías, lerdas, Yolis, Monteros, fútbol femenino, descuartizadores o clivajes izquierda-derecha que no valen para nada. La de espacio periodístico que se le da a la función teatral protagonizada por el PP y el PSOE cuando tenemos a los muertos desatendidos.

*Pensar lo que más les duele (HL, 2020)

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