En septiembre de 1981 el Guernica llegó a España en medio de una gran expectación. Se cumplía de este modo la voluntad del pintor malagueño, que deseaba que su obra regresara a España cuando se hubiera establecido un régimen democrático. Así pues, el Guernica, por el que el gobierno de la II República pagó 150.000 francos franceses en 1937 para incluirlo en la Exposición Internacional de París de ese año, abandonó el MoMA de Nueva York para quedar colgado en el Casón del Buen Retiro después de que, a causa de su gran tamaño, hubieran de horadarse sus muros de ladrillo.
En tan golpista año, mucho antes de que se implantara la censura y se levantara la industria memoriohistoricista, el cuadro, que fue reclamado por el tornadizo PNV, que en esta ocasión dijo haber puesto los muertos, hubo de protegerse con una aparatosa estructura de metal y cristal blindado custodiada por una pareja de la Guardia Civil. Dos décadas después, durante el apoteósico año de 1992, el Guernica fue trasladado al Museo Reina Sofía, donde permanece sin que nada se interponga entre sus quebradas figuras y la mirada de sus visitantes. Desde entonces, el Guernica domina la estancia, blindado por los efectos del Síndrome de Pacifismo Fundamentalista que afloró durante los aznarianos días de la Guerra del Golfo.
Tres décadas después de aquella impactante aparición pictórica que denunciaba los desastres de la guerra, Augusto Ferrer Dalmau ha dado a conocer su última obra, titulada La primera victoria, dedicada a la batalla de Covadonga, acaecida hace 1.300 años. Encargada por la familia astur-mexicana García Rivero. La ceremonia, celebrada el pasado sábado en Cangas de Onís, contó con, entre otras, con la presencia del pintor, de su asesor histórico —Yeyo Balbás— y de un grupo de recreacionistas. Desde entonces, después de que se retirara la tela que lo cubría, el cuadro quedará expuesto en Centro de Recepción de Visitantes «Casa Riera» durante, al menos, diez años. Acallados los discursos, una tenue luz ilumina el cuadro, al que he tenido el honor de acompañar con un pequeño escrito.
La ceremonia, en la que no hubo voz discordante alguna, ha estado precedida por un intenso ruido, el correspondiente a una polémica en torno al término «reconquista», inaceptable para unos, indiscutible para otros. Cuestión disputada, la idea que se cuestiona tiene que ver con el eterno debate en torno al ser de España y los esencialismos y relativismos que orbitan en torno a tan compleja discusión. En medio de esta bronca, avivándola de un modo involuntario, el cuadro ha recibido diversas críticas, algunas de ellas relacionadas, incluso, con el color de los escudos de algunos guerreros cristianos, pues en el empleo que don Augusto hizo de los colores amarillo y rojo algunos han querido ver una bandera española ya en los inicios del siglo VIII. Obsesiones y monomanías al margen, La primera victoria viene a llenar un inexplicable hueco dentro de la pintura historicista que alcanzó sus mayores cotas en el siglo XIX, centuria en la cual arrancaron algunos de los más autodestructivos debates que hoy continúan, bien por motivos académicos bien por intereses espurios, los vinculados a la eterna batalla cultural que tanto impacto tiene en el día a día y que explica el hecho de que la obra de Ferrer Dalmau haya tenido que protegerse por un muro de metacrilato.