Recibo el último libro, hasta la fecha, del joven y muy brillante filósofo Jorge Freire, y por él me entero de que la palabra cotilla data de tiempos de Fernando VII y remite a Trinidad Cotilla, «una suerte de vieja del visillo conocida por su empeño en delatar liberales. La palabra nace manchada por la vileza del chivato y del delator. No obstante», añade el filósofo, «existe otro significado del término que no está relacionado con la murmuración: el interés desmedido por lo que ocurre en casa ajena».
Y eso, exactamente, es lo que ha sucedido en lo concerniente a la reaparición del Rey Emérito en los campos de su patria. Enciendan la tele, pongan la radio, lean la prensa, y asistirán, atónitos, aunque quizá no tanto como lo estoy yo, al fuego cruzado y graneado de informaciones falsas y opiniones carentes de fundamento lanzadas a bulto y a bulo por los periodistas, los columnistas, los editorialistas, los tertulianos, los políticos y los politólogos, que nada saben de política, a cuento de lo que ha sucedido o dejado de suceder en esas dos casas ajenas, que son las del amigo del Rey ‒un tal Pedro Campos‒ y la del palacio de la Zarzuela.
Nadie, menos sus ocupantes y algún que otro invitado, sabe lo que ha pasado en ellas, pero todos los cotillas citados en el párrafo anterior presumen de saber lo que no saben y con su habitual desparpajo formulan toda suerte de cábalas acerca de lo que la visita de Juan Carlos, que a mí me parece una insignificancia, supone para el futuro no sólo de la Corona, sino de todo el país.
Céntrese cada quien en sus asuntos y deje a sus vecinos y al Emérito en paz para que en paz vivamos todos
Ya son ganas de enredar y de buscar al gato muchos más pies de los que tiene. Aquí, señoros, señoras y señor@s, que dirían los de la LGTBI, el ministerio de Desigualdad y demás ralea, no ha pasado nada digno de mención por su supuesta excepcionalidad. ¿No es un elemental derecho humano, recogido (creo) en la Constitución, el de permitir que todos y cada uno de los españoles, incluyendo a quienes habiendo nacido en España abjuran de su nacionalidad, puedan fijar su residencia dónde y cuándo les venga en gana? ¿No es el Rey, Emérito o no que sea, a tal efecto, un ciudadano español como tantos otros? ¿Es el padre de Felipe VI, el marido de doña Sofía, el nieto de don Juan, el bisnieto de Alfonso XIII, el suegro de la reina consorte y el abuelo de la heredera de la Corona, un siervo adscrito a la gleba como lo eran, en lejanos tiempos, quienes labraban la tierra de los latifundios y cosechaban sus frutos? ¿Volvemos a la Edad Media? ¡Pero si hasta el Fuero de los Españoles promulgado en la era de Franco reconoce el derecho de residir donde nos plazca! ¿A qué viene, entonces, tanto y tan ridículo alboroto? No hay casus belli.
Curioso es que quienes más patalean sean precisamente los partidarios de abolir la monarquía ‒que es, entre todas las instituciones, la única que de verdad garantiza la unidad de la patria y la continuidad de su gestión‒, y de sustituirla por la tercera república, cuyas consecuencias serían tan funestas como lo fueron las dos anteriores. No volvamos, por favor, a las andadas, pese a la triste evidencia de que un país con dos reyes malo es de guardar.
Ya me olvidaba… El libro de Jorge Freire se titula Hazte quien eres, ha sido editado por Deusto y es un código de costumbres dignas de observar. Entre ellas no figura la del cotilleo. Céntrese cada quien en sus asuntos y deje a sus vecinos y al Emérito en paz para que en paz vivamos todos. Amén.