Luis Rubiales nunca me interesó más de lo que me interesa el fútbol femenino, que como dijo alguien, ni es fútbol ni es femenino. Sabía que se había visto envuelto en varios casos de corrupción que no habían merecido ningún reproche del Gobierno. De la selección española de fútbol sólo conocía que había una señoritinga con muy mal carácter que se apellidaba Putellas, cosa que me hacía bastante gracia y que había unas cuantas jugadoras que se querían cargar al seleccionador porque no hacía lo que ellas mandaban. El otro día, por lo visto, ganaron un Mundial.
Esta semana que acaba no puedo decir que haya aprendido nada del fútbol que ni es fútbol ni es femenino, pero ahora sé que existe una jugadora que se llama Jenni Hermoso. Sobre Rubiales sí que tengo ya, como todos los españoles, un máster. Y a estas alturas estoy en disposición de decir que quiero más a este señor que sus hijas o que la amiga con la que se fue de viaje a Nueva York.
Porque Rubiales es un palurdo, un perfecto grosero, un Torrente moderno que se tira del paquete en presencia de Letizia y su hija y un macarra como no he visto en los días de mi vida. Pero ahora es nuestro macarra. Un socialista de cuna con más jeta que Pedro Sánchez, que le ha sacado las vergüenzas al «Gobierno más feminista de la historia» en directo y en el día que celebraban el primer aniversario de la puesta en libertad de agresores sexuales de su ley de ‘»sólo sí es sí» con un violador liberado por ellos reincidiendo. Tras la turra que ha durado toda la semana sobre el beso consentido de Rubiales a Hermoso en la entrega de medallas de la copa del mundo, muchos suplicábamos ya que el ejecutivo se lo cargara, pero en silencio. Un corrupto mujeriego más en el país del Tito Berni y de Ábalos ni nos impresionaba ni nos divertía.
Pero entonces, el presidente de la RFEF protagonizó este viernes el discurso más entretenido y surrealista que recuerdo. Anunció contra todo pronóstico y tras las celebraciones de Irene Montero y PAMplinas por su marcha que no dimitía. Anunció medidas legales contra ellas, contra Ione Belarra, la sobahombres Yolanda Díaz, y el intérprete de Chúpame la minga, Dominga, que tiene sustancia, Pablo Echenique. Paró su intervención para decirle a una de sus tres hijas que lloraba que debía estar muy orgullosa de quien es su padre. Hombre, quizás no. Y no es que me guste a mí llevarle ahora la contraria al señor que ha explicado su cariñoso gesto hacia sí mismo diciendo que sólo quería expresar «olé tus huevos», pero tampoco sé si es como para producir una gran felicidad a sus criaturas.
El culmen de la rueda de prensa llegó, sin embargo, cuando explicó cómo el beso con Hermoso había sido consentido. Yo, que soy una feliz mujer sometida por el heteropatriarcado, sólo puedo decir que hay que ser muy tío para contar tan pichi que una chica de 33 años y 59 kilos te levantó en volandas, cosa que ha quedado demostrada a la vista de las imágenes. Y que entonces él le preguntó «¿un piquito?». A lo que la Jenni respondió «poh vale». Secuencia también grabada y que deja sin argumentos a las del no consentimiento. Porque si «sólo sí es sí», ahí hubo sí. El ofrecimiento de Rubiales es tan maravillosamente cutre, chusco, tierno y festivo que hasta mi madre nos descuelga ahora las llamadas telefónicas a sus cuatro hijos preguntando «¿un piquito?». Mi objetivo a más corto plazo es cambiar mi gorra de «que te vote Txapote» por otra que diga «¿un piquito?», y pasearla cada vez que haga sol hasta que el último miembro de este indigno ejecutivo esté cesado y caído en el olvido.
La imagen mental con la que nos ha permitido deleitarnos Rubiales, de un Sánchez matón e indignado paseando colérico por la Moncloa mientras moviliza a la Fiscalía y a la Audiencia Nacional contra el jeta que ha osado plantarle cara, merece sin duda que en el futuro le recordemos con cariño. La filtración de que tiene a Sánchez grabado en asuntos turbios me parece, además, una fantasía húmeda.
A los lectores pongo por testigos, en estas páginas de La Gaceta, de que jamás volveré a despreciar a Rubiales. Y de que si algún día me lo encuentro en persona le diré, «Luis, ¿un piquito?».