«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Un plan y un miope

30 de mayo de 2025

Van a dos velocidades y quizá sea la única diferencia real entre los dos partidos hegemónicos, pues no la hay en el plano ideológico. Unos actúan conforme al escenario de 2025 y otros en los años del bipartidismo feliz. No hace falta ni decir quién marca el ritmo y quién va detrás. Y a pesar de todo, mal que bien, las cosas funcionaron hasta que una mañana de marzo todo salta por los aires. 

Entonces llega Zapatero y dinamita la concordia entre españoles con la ley de memoria histórica, que deslegitima la propia transición y, por tanto, la Corona. Luego acelera la federalización con los estatutos de segunda generación, amplía el aborto, impulsa la ley de género que acaba con la presunción de inocencia del varón e impone penas más severas. Rompe con el 78 —al menos formalmente, porque vemos que todo cabe en la Constitución— y resucita, a su manera, el Frente Popular. Convence a ETA de que es más rentable llevar traje en el escaño que capucha y pistola. También pacta con ERC, que antes ya lo había hecho con Otegui en Perpiñán. 

Legitimados la ETA y el golpismo —entonces latente hasta el estallido de 2017—, Zapatero traza una ruta para el PSOE del siglo XXI. Como Largo Caballero, bolcheviza el partido y sus socios no son, como tanto se escribe, contra natura, sino natura. Desde Bildu a Junts. Hay un plan en marcha, una segunda transición, guante que Sánchez recoge con gusto si eso le permite gobernar. A Sánchez le podrán decir corrupto y mentiroso, pero tanto su agenda como sus alianzas siguen el camino que Zapatero abrió hace veinte años. Herencia, huelga decir, que Rajoy mantuvo intacta. 

Esa alianza propicia que las mismas fuerzas que se levantaron contra el Estado el 1 de octubre sean absorbidas por el propio sistema hasta el punto de incluirlas en el Gobierno. En la dirección del Estado, en palabras de Otegui. Así llegan los indultos y después la amnistía. Diríase que el PSOE ha aterrizado en el XXI y pilota un cambio de régimen mientras el PP se ha quedado en los años 90, es como si no quisiera aceptar el nuevo paradigma que trajeron los atentados de Atocha y la ley de memoria histórica, acto fundacional de esta segunda transición.

Si el PSOE tiene un sentido patrimonialista del Estado, el PP lo tiene del espacio en la derecha. Feijoo calienta motores de cara al cónclave y promete que no entregará los principios (¿cuáles?) ni a Abascal ni a Puigdemont, aunque pactara con el primero y lo intentara con el segundo en el verano en que pasó de Papa a cardenal.

No caben esperar grandes sorpresas del congreso de julio. Sánchez debe de estar temblando porque Feijoo tiene una pirámide de avales y un plan para dar 600 euros a los celíacos. Y Moreno Bonilla, cuando no está talando olivos, se encarga de la ponencia política. En paralelo circula el informe elaborado por Miguel Ángel Quintanilla, diputado del PP por Madrid y exdirector de publicaciones de FAES, que culpa a VOX de que Sánchez gobierne y de impedir deliberadamente una alternativa, y pide a Génova que rechace un gobierno de coalición con Abascal. Pactos puntuales sí, pero nunca en la Moncloa. Ningún paper considera que los partidos separatistas sean el principalísimo problema de España, sino VOX, quizá porque tiene más votos que todos ellos juntos. 

Cuando la corrupción desborda al Gobierno, Feijoo dice que no usaría ningún caso para desacreditar a todo un partido como el PSOE. Lo decía hasta hace dos días. Y la noche que los audios confirman que Sánchez es el número uno de la trama, Feijoo tuitea sobre fútbol. Al día siguiente convoca una manifestación y apela ¡a los socios de Sánchez! para presentar una moción de censura. Imposible más bandazos. 

En todo ello percibimos un problema de fondo. El PP no acaba de superar las nostalgias de un pasado con dos mayorías absolutas que no volverán. España ha cambiado, mas no para el PP, que sigue instalado en el marco bipartidista. Es como si pensar en tiempos mejores fuera a cambiar la realidad. Otra vez la refundación de la derecha. La del congreso de Sevilla de 1990, por cierto, consagra la rendición ideológica ante la izquierda y un eterno viaje al centro del que se reía Alfonso Guerra preguntándose aquello de “¿de dónde vendrían?”.

Salvo sorpresa mayúscula el congreso del PP no supondrá ningún viraje de calado, ni mucho menos una ruptura con el PSOE en Bruselas, si hasta Felipe González pide que esos pactos europeos tengan réplica en Madrid. El mensaje es que hay que echar a Sánchez. Los hechos, sin embargo, van por otro lado: regularizaciones masivas de inmigrantes (con la bendición episcopal), subvenciones a los sindicatos, reparto de los jueces y tribunales, leyes de género intactas… ahí irrumpe la gran promesa post Feijoo, Moreno Bonilla, que cambia árboles por placas solares y subvenciona a los agricultores a los que limita el agua en Doñana por el pacto suscrito con Teresa Ribera. 

No hay ruptura posible y menos con Feijoo, ferviente votante socialista en los ochenta que cree que Cataluña y Galicia son naciones sin Estado. Eso nunca se lo hemos escuchado a Sánchez, que al menos dice que sí tienen uno, el español.

Del cónclave saldrán caras nuevas y el rescate de viejas promesas. Quien quiera a Feijoo no haría mal en recordarle que durante la moción de 2020 Pablo Iglesias alabó el discurso «canovista» de Casado, al que situó en la tradición conservadora más inteligente. Tan inteligente que hoy es historia.

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