«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.

Una sociedad infantil

26 de octubre de 2024

Esta semana se ha hecho viral un vídeo en el que Ana Iris Simón discutía en una tertulia sobre los provida que van a las clínicas abortistas con el objetivo de dar información y alternativas a las mujeres que van a abortar. Para sus compañeros de tertulia esto es un ejercicio de coacción intolerable. La realidad –como reconocía la periodista autora de la pieza– es que la mujer que entra o sale de estos sitios es totalmente libre de ignorar a la persona que quiere hablar con ella y seguir adelante con su decisión sin más puesto que, como bien dijo Simón, tal coacción no existe ya que no se ejerce sobre ellas la más mínima violencia ni fuerza.

Pero lo que más me llamó la atención, y agradezco, es que la escritora hablara de la infantilización que existe actualmente de la mujer. Es algo que muchas llevamos diciendo años, pero como se supone que pertenecemos a la ultrahipermegaderecha no tenemos la ocasión de decirlo en los grandes medios. No deja de ser curioso que en el llamado siglo del feminismo se tenga terror a la libertad real de la mujer, así que ha de evitarse por cualquier medio que ésta acceda a información alternativa al discurso dominante no vaya a ser que se comporte de manera diferente a lo que de ella se espera. Para la izquierda, con honrosas excepciones, las mujeres todavía somos menores de edad incapaces de tomar nuestras propias decisiones, por eso es necesario administrarnos el saber en pequeñas dosis.

En concreto las que ellas digan. Me recuerda a Victoria Kent, Margarita Nelken o Hildegart Rodríguez –todas de izquierdas y, según ellas, tremendas feministas– que consideraban que la mujer no estaba preparada para votar ya que todavía se hallaba bajo el dominio del clero, de sus maridos o de sus padres. Es decir, estaban sujetas al heteropatriarcado, de tal manera que el sufragio femenino debería ser aplazado hasta que la República –la segunda, es importante recalcarlo– hubiera pasado por ellas –por sus mentes– el tiempo suficiente como para que votaran a la izquierda. En una palabra, las mujeres sólo somos libres cuando nos comportamos o votamos lo que la progresía dice.

La valentía de la autora de “Feria” llegó al límite de recordar la iniciativa de Juan García-Gallardo en Castilla y León consistente en ofrecer, de forma opcional, una ecografía en la que la gestante pudiera escuchar el latido fetal en contra de lo que decretó el Ministerio de Igualdad del ‘aborto sin reflexión‘. Una propuesta, la del exvicepresidente, destinada a que la mujer tenga más elementos para pensar y decidir sobre un acto tan trascendente e irreversible como es acabar con un embarazo, que no interrumpirlo. Y este es el quid de la cuestión. No pensar, peligro de muerte. O más bien, peligro de herejía pogre. No se cuestione usted nada.

Otro ejemplo terrible en el que se elude de forma imperativa la toma de una decisión razonada, libre y prudente es el caso de la identidad de género en los menores. Que no sea necesario el concurso de un psiquiatra en el diagnóstico y en el proceso de la llamada autodeterminación de género en un niño con todo lo que implica –bloqueadores de la pubertad, cirugías irreversibles etc.– es demostrativo del profundo desprecio de lo woke hacia el saber, la libertad y el respeto a un bien superior e intocable como es la infancia. Vivimos el triunfo de la impulsividad y la ideología sobre la razón, la prudencia y la sabiduría. Aquellos que acusan de terraplanistas a todo aquel que no piensa como ellos, que se autodenominan defensores de la ciencia y que predican tanto sobre la salud mental se la niegan por ley a los niños que padecen una posible disforia de género o que simplemente atraviesan una etapa de depresión, confusión o vaya usted a saber, que para eso están los médicos psiquiatras. Y es necesario recordar que la Comunidad de Madrid, después de una pequeña modificación en la ley LGTBI hace unos meses, vuelve por estos fueros.

Este cúmulo de incoherencias sería cómico si no fuera mortal. Sí, mortal. Porque el aborto es muerte, aunque no les guste oírlo, y el proceso de cambio de sexo en un niño lleva en muchísimos casos al suicidio y a vidas rotas, tal y como se ha demostrado en los países que ahora echan marcha atrás en estas políticas a la vista de sus terribles resultados.

Este ‘(lo que sea) sin reflexión’ es el paradigma de nuestra época. La falta de prudencia en la toma de decisiones nos lleva en lo individual y en lo colectivo a ser una sociedad profundamente estúpida. Es el momento de reivindicar la virtud de la prudencia. Es necesario hacer un llamamiento a vivir y a elegir —la vida es una constante elección— con el conocimiento de todos los elementos necesarios para que cada acto sea el más adecuado a corto, medio y largo plazo, no sólo para uno mismo, sino también para los que nos rodean.

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