«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Periodista venezolano (Universidad Central de Venezuela) y Magíster en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar). Actualmente hace su tesis doctoral en Ciencia Política y conduce el espacio radial "Y Así Nos Va", por Radio Caracas Radio.
Periodista venezolano (Universidad Central de Venezuela) y Magíster en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar). Actualmente hace su tesis doctoral en Ciencia Política y conduce el espacio radial "Y Así Nos Va", por Radio Caracas Radio.

Una vida resistiendo al chavismo

7 de abril de 2021

Recientemente he cumplido 33 años. El número es polémico, pero en general es asumido como la edad que tenía Jesucristo cuando fue crucificado, hace más de 2000 años. De allí que dentro de la cultura occidental, y especialmente dentro del catolicismo, llegar a esta edad implique desde el punto de vista simbólico que se arriba a los tiempos de la madurez. Esos que ameritan reflexiones sobre lo  que nos ha tocado vivir y, especialmente, el pensar cómo lo hemos hecho.

De esos 33 años, 22 los he vivido gobernado bajo el régimen chavista. No he salido de mi país salvo para ir a realizar visitas esporádicas a otros lares del mundo, generalmente por motivaciones turísticas. He decidido quedarme acá, contra viento y marea. Una posibilidad de elección que no han tenido la mayoría de los 5 o 6 millones de venezolanos que en los últimos años han tenido que abandonar su tierra.

Unos porque fueron perseguidos políticamente, otros porque no soportaron la idea de seguir conviviendo con la posibilidad de que un hampón les matase en una calle para quitarles un vehículo, algunos porque vieron sucumbir la viabilidad económica de sus empresas a medida que Chávez avanzaba en su proyecto de poder, y así…

Puedo lucir como un temerario. Lo sé. Algunos piensan que al ser periodista y denunciar permanentemente al régimen estoy incluso más “expuesto” que el venezolano promedio. Lo sé. Otros me preguntan qué hago acá todavía, que si tengo vocación de mártir. Generalmente no sé qué responderles. El hecho es que sigo acá.

A los 11 años me tocó ver cómo el militar redentor de las causas justas iba creciendo en las encuestas. El fervor de la gente en aquel hombre lo hacía imparable en las encuestas. Llegaba para barrer todo lo malo, lo putrefacto y lo corrupto que agobiaba a la sociedad venezolana de finales de los 90s. Muchos en mi familia se entusiasmaron con su idea y al cabo de su primer año de gobierno la mayoría de ellos estaba francamente decepcionada. Les vendieron un lobo por cordero. Pero ya era tarde, Chávez había llegado para quedarse, hasta la muerte. Recuerdo que justamente cuando él ganó las primeras elecciones hacía yo el tránsito de la escuela primaria a la secundaria.

Durante la secundaria lo vi caer y lo vi volver, en apenas 48 horas. Los militares y las élites del país no lograron ponerse de acuerdo para gobernar Venezuela y ponerle punto final al chavismo. Viví el país que marchaba y marchaba, que atendía masivamente a paros laborales prolongados por semanas; todo para que Chávez cayese. Y cayó, pero la impericia de sus sustitutos lo repuso en el poder. Allí decidió que endurecería su régimen. Fidel Castro, formidable mentor, le ayudó a confeccionar y perfeccionar un sistema represivo que maquillaba con “triunfos” electorales la liquidación paulatina de la democracia, e incluso de la República.  

Entré en la Universidad Central de Venezuela (la más añeja y quizá la más importante del país) y el Teniente Coronel seguía en Miraflores. La oposición jugaba a tratar de competir electoralmente con él. Trataban de “conquistarle” espacios. No comprendían, para la época, que al chavismo o se le sacaba de cuajo o no se le lograría nunca sacar. Estudiando periodismo me interesé por la política. Decidí apuntarme en un partido. Seleccioné a uno de los más antiguos: Acción Democrática. Se suponía que su ideario era social-demócrata; pero en Venezuela los partidos habían perdido personalidad desde hacía largo rato. Allí estuve varios años “tratando de dar la batalla”, a ver si cambiaba al mundo. Sueño de tontos.

Aún recuerdo la noche que, celebrando que me había graduado de la universidad, estaba con unos amigos  en mi casa y de repente la radio se “encadenó”. Era Chávez, ya enfermo, anunciándole al país que partía a Cuba a tratar de ganarle la batalla a aquel tumor cancerígeno. Su alocución era una especie de testamento en vida, en el que dejaba apuntado como sucesor a Nicolás Maduro. El ser todo poderoso que había gobernado Venezuela por más de una década se desvanecía. Al cabo de unos meses anunciaron su muerte. Tenía yo 24 años.   

Al cabo de un tiempo, y desde que mis estudios de postgrado me hicieron interesarme en las lecturas liberales que me revelaban la importancia del individuo y la existencia de los mercados, comenzó un desamor progresivo por Acción Democrática. Eso y las peleítas internas de siempre por cargos sin importancia terminaron eyectándome de aquel partido. Si es que iba a cambiar al mundo, o al menos al país, desde ahí no iba a ser…

Me atrincheré en los medios de comunicación. Decidí que, sin ser maestro y sin haber tomado lecciones de pedagogía, comunicaría mis ideas (buenas, malas o regulares) a la gente a través de la radio. Ese sería mi campo de batalla. La emisora más antigua de Venezuela, Radio Caracas Radio, me dio la oportunidad, junto a Daniel Lara Farías, de conducir un espacio semanal. La fórmula gustó, y mucho. Al punto que luego se transformó en un programa de frecuencia diaria. Al menos la mitad de mi vida hoy es la radio. Siento que si no comunico lo que pienso, literalmente no existo. Eso fue hace 8 años.

Tuve que ver al país que creyó que Maduro no duraría ni un mes en el poder. Que era demasiado poco carismático y hasta torpe. Que con su llegada al poder se iniciaba una especie de contador oculto que señalaba su inminente ida de Miraflores antes de cumplir su primer aniversario en el trono heredado.

Asistí a las jornadas de persecución y muerte que protagonizó el chavismo cuando, en 2014 y aún más en 2017, jóvenes hartos del socialismo gobernante se tiraron a las calles a enfrentar la crueldad del régimen con escudos de cartón y cascos de motociclista. Cientos quedaron heridos o muertos. Otros tantos fueron apartados de sus familias de manera inmisericorde, pasando a engrosar los largos listados de los prisioneros políticos de la tiranía. Maduro siguió en Miraflores.

He tenido que ver, una y otra vez durante todos estos largos años, cómo los partidos del establishment opositor de mi país juegan a que en estas tierras hay democracia, enfrentando a Maduro a través de campañas electorales, mesas de “diálogo” y negociaciones ocultas para obtener vaya usted a saber qué ganancia de todo aquello. Confieso que, como enemigo frontal del régimen, el sentimiento de frustración no deja de emerger de vez en cuando frente a tanta miopía o connivencia que se olisquea.

Entretanto, sigo en mi lucha por tener un país distinto. Es modesta pero la doy día a día por los que se fueron y por los que nos quedamos. A pesar de haber vivido ya 22 años bajo el signo ominoso del chavismo no me conformo ni acepto que esto es “lo que me tocó vivir” y ya. No. Me niego. Espero algún día poder contarle a mis nietos que esto fue una página negra en la historia de Venezuela. Esas que quedan solamente para ser recordadas y para aprender, pero para nunca volver a ellas.

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