En esta semana que inauguramos reinado todavía se habla mucho del saliente, como si el único panorama monárquico a la vista estuviera en el retrovisor. Por los restos desabridos de la corte -que ya empieza a mostrar formas tristes de exiliada- burbujean los murmullos sobre las razones secretas de la abdicación. Son rumores de todo pelaje y distinta credibilidad, versiones poco ejemplares de las novelas cervantinas, recuerdos de los tatarabuelos en Bayona, siniestras conspiraciones, chantajes judiciales en Suiza y, por supuesto, el comentario de los eternos displicentes -esos que parece que desayunan a diario en la Zarzuela- y que sostienen como causa única la sosegada sucesión en la Corona, con las vistas puestas en la estabilidad y el bien común. Es probable que todos tengan su parte de razón, excepto los petimetres del desayuno fingido y la opinión subvencionada. Pero lo cierto es que don Juan Carlos no dio ninguna de peso -excepto la del relevo generacional-, y eso expone a la institución mucho más de lo deseable. Como de momento es imposible conocer la verdad última, lo sensato es reflexionar sobre las evidentes consecuencias: entre el debate de las preferentes, la ruina, el machismo de Cañete y la titularidad de Casillas, se ha colado el de la forma de Estado, y en los grandes despachos todos andan locos buscando la fórmula correcta, gatopardiana, que les permita jugar con dos barajas hasta que se aclare el caótico escenario y termine la tribulación.
En el PSOE -que ha sido el indiscutible partido del régimen- tienen los eufemismos agotados. La primera memez fue de Zapatero -claro- con aquello de que teníamos un rey muy republicano (y hay que aclarar que el hecho de que fuese una memez no quiere decir que no fuese cierto). Ahora los diferentes candidatos sufren para compaginar el alma republicana y la vocación palaciega de sus élites, poco dispuestas a liquidar un sistema que ha sido diseñado para que ellos envejezcan en consejos de administración.
Yo, modestamente, creo que he encontrado la solución para los chicos de Ferraz: ni Madina, ni Díaz, ni Sotillos, ni el otro ese que no dice nada y que parece un presentador de RTVE en las franjas de madrugada, –¿Sánchez se llama?-. Ni estos ni estas, ni por supuesto tampoco de aquellos dinosaurios que aún aspiran a controlar las siglas. En realidad la única capaz de salvar el partido es Letizia.
Sí, Letizia Ortiz Rocasolano es por lógica taumatúrgica la única lideresa capaz de salvar a ese partido de la ruina. No debe existir impedimento en compaginar su reinado consorte y la secretaría general, porque ella seráuna reina muy poco reina, incluso más republicana que don Juan Carlos. Letizia encarnaría el laicismo como un Voltaire vestido de Prada, y sus orígenes tan humildes y sindicalistas dejarían sin argumento y sin filo a la guillotina democrática de Pablo Iglesias. Nadie duda de su compromiso con el feminismo radical, y de forma astuta se ganaría a esas mujeronas que exhiben su bustos en plazas y catedrales, a lo mejor concediéndoles el Toisón de Oro para que no cogiesen tanto frío en el pecho. Si las circunstancias lo hicieran necesario, incluso puede mandar al exilio a su marido, y tengan por seguro que conseguiría hasta una pensión para sus hijas que habría de pagar el rey desterrado, en aplicación estricta de las leyes de igualdad y de discriminación positiva. De los medios de comunicación quédecir, si ella es por lo visto tan amante de Larra -que es un plomo, por cierto-, y conoce por dentro los telediarios.
Sí, sin duda Letizia es la solución al país del socialismo caviar. Con ella -a ritmo de Maná– podrían mantener la exportación mejicana del revolucionarismo institucional y el cachondeo andaluz. No le importaría ser reina con la bandera morada que le van a agitar en las calles durante su paseo del jueves, ni pondría pegas a que Sabina compusiese la letra del himno nacional. Por todo esto, y por más, Letizia debería ser líder del PSOE y cabeza de una monarquía sincretista, garante del derecho de autodeterminacion de naciones y barrios -de cataluña a Coslada- y de la ideología de género. Para la campaña sólo habría que pintarle un cuadro inspirado en Delacroix guiando al pueblo, presentarla con un gorro frigio de diseoñcaro, o estampar camisetas con leyenda: Letizia, reina de lo progre.