«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Uno a uno

23 de agosto de 2021

Como se nos está explicando muy bien, el desmoronamiento de la misión americana y europea en Afganistán ha sido estrepitoso. Tiene consecuencias humanitarias, estratégicas y económicas difíciles de exagerar, además del hundimiento del prestigio de Occidente, que, según muchos analistas, supondrá a medio plazo más repercusiones y peores.

En la hora más oscura, sin embargo, brillan los ejemplos de lo que puede y debe ser nuestra salvación. Se ha comentado mucho, y todavía es poco, el gesto del embajador Gabriel Ferrán Carrión. Llevaba varias semanas cesado ya por Pedro Sánchez, pero, aun así y a pesar del peligro evidente y del caos reinante, decidió no subirse al A-400M del Ejército del Aire en el primer vuelo de vuelta a España. Se quedó al frente de la evacuación de los cientos de afganos que, de una manera u otra, han trabajado con los españoles y que corren, por eso, un serio peligro de muerte. Dejarlos abandonados hubiese sido una villanía de la peor calaña. Puede que burocráticamente lo fuese sólo a medias y en funciones, pero el embajador lo era plenamente de España en un sentido moral, pues guardaba la dignidad de la nación que representa. De un modo análogo a como en Hungría Ángel Sanz Briz y tantos otros de nuestro servicio diplomático de entonces durante la II Guerra Mundial salvaron a miles de judíos de la persecución nazi, y el honor de España.

Ferrán Carrión ha escogido ser el último en abandonar el barco, negándose a hacerse un capitán Concordia, despreciando la justificación de que no estaba ya oficialmente al mando. Ha sobrepasado algo que es tan meritorio como el cumplimiento del deber. Ha obedecido a la voz de su conciencia. Es un matiz esencial. El jefe de Estado Mayor de la Defensa, Teodoro E. López Calderón, en una entrevista con el diario ABC el 21 de agosto concluía hablando de que los españoles somos solidarios «por la educación que recibimos en nuestras casas». Es una manera (en voz menor) de remitirse (con mucha intención) a imperativos superiores (a las órdenes oficiales), y que entran en el universo de la ética (y de la tradición).

Estaría bien que cada uno identificase dónde estriba su cumplimiento del deber y más allá. Será su contribución personal a sostener la línea contra el desmoronamiento

Por supuesto, no lo han hecho solos ni el embajador ni el JEMAD; y, con el primero, se han quedado 17 agentes españoles del Grupo Especial de Operaciones (GEO) y de la Unidad de Intervención Policial (UIP), y a las órdenes del segundo han participado en las labores de rescate 110 militares, que merecen también nuestro reconocimiento.

El mejor a todos ellos no son estas palabras ni ningunas, sino la emulación. Estaría bien que cada uno identificase dónde estriba su cumplimiento del deber y más allá. Será su contribución personal a sostener la línea contra el desmoronamiento. Lo normal es que su labor no sea pública y notoria, como no lo son los nombres de los 17 policías ni de los 110 soldados y como tampoco lo era el nombre de Gabriel Ferrán Carrión hasta ahora. Ya Rafael Vázquez-Zamora nos advirtió de que «tan difícil es descubrir entre nosotros al verdadero héroe como es fácil estimar sobrehumano a cualquier estúpido», y eso que lo escribió en 1937, antes de esta sobredosis del postureo mediático. Por suerte, ahora lo hemos visto claro.

La hora es oscura no sólo en Asia Central y tenemos que examinar nuestras conciencias por si nos estamos quedando o no hasta el final en nuestros puestos

Aprovechemos esta repentina e inesperada claridad para cumplir con nuestra misión, aunque no relumbre. Jorge Luis Borges escribió un poema titulado «Los justos» donde habla de las personas íntegras («un hombre que cultiva un jardín […] El ceramista que premedita un color y una forma. Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada […] etc.], «esas personas —concluía— están salvando el mundo».

La hora es oscura no sólo en Asia Central y tenemos que examinar nuestras conciencias por si nos estamos quedando o no hasta el final en nuestros puestos (en la familia, trabajo, vocación, entorno, etc.). Las circunstancias requieren un celo especial de cada uno. El embajador nos representaba a todos también por lo que representa de exigencia y aldabonazo.

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